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Sócrates y un blockbuster

El pasado Viernes participé en el I Congreso Signis titulado “La imagen del hombre en el cine contemporáneo”. Mi ponencia se titulaba “Superviviente: entre la vida y la muerte de lo humano”. Hablé sobre el sub-género zombi, sobre “The Walking Dead”, sobre el perdón como imposible en Derrida, sobre figura del testigo en Ricoeur y sobre el anti-héroe en “Gran Torino”. Un pastiche que, sugerí, llevaba una cierta unidad dentro. Lo disfruté. Y, además, se durmieron pocos de los asistentes.

Una de las ideas que lancé durante la charla es que la proliferación de zombis en nuestras pantallas se debe al malestar que nos genera la entronización de dos de los discursos predominantes en nuestra cultura: la ciencia y la economía. Que el hombre haya dejado de ser un acontecimiento para ser algo calculable, medible, reducible a discurso, es lo que hace que los zombis y los supervivientes se parezcan cada vez más en el subgénero. Lo vemos en “Fido”, en “Zombis Party”, en “La tierra de los muertos”, etc.

Al final de la ponencia se me acercó Marta García Outón, crítica cinematográfica, que me había presentado en público, y me preguntó si me parecía que esa reducción del hombre a materia calculable y en descomposición, se podía también relacionar con la reducción del hombre no ya a cosa natural sino a cosa mecánica, es decir, a robot. Mi respuesta fue que sí, que ambas reducciones en nuestras ficciones permiten reflexionar sobre el mismo fenómeno y manifestar e incluso exorcizar el malestar que nos genera ese modo de mirarnos a través de la cuadrícula racionalista. Un ejemplo de este tipo de ficciones sería la película “Los substitutos”, que hace bien poco pusieron de nuevo en la televisión. O la intensa teleserie “Terminator” (2008-2009), que sonó poco por estos lares pero que a mí me ha parecido ciertamente interesante, aunque solo sea por la competición de bellezas entre la Sarah Connor que es Lena Headey y la Terminator que es Summer Glau.

Dicho todo esto: cuál fue mi sorpresa cuando, al día siguiente, en la presentación de la sexta entrega del video-juego Resident Evil , convocado a una mesa redonda por la revista Hobby Consolas, asistí a la proyección de “Resident Evil 5: Venganza”. En ese largo video-clip con un precioso hilo conductor que es Milla Jovovic, estaban juntas las dos tendencias de reducción de lo humano: la más orgánica y la más mecánica, cuerpo y robot. Por un lado están los zombis y mutantes en los que se han convertido por infección buena parte de los hombres, o los clones que son usados como material de simulación (real) de ataques químicos (al más puro estilo “La Isla”), etc. Por el otro está la Reina Roja, una especie de Skynet con aspecto de muñeco diabólico feminizado, que es la computadora que dirige la Corporación Umbrella, ama de la economía y de la biología mundial.

Es sorprendente. Nuestro cine, incluso el más palomitero y comercial, es espejo de nuestro modo de pensar. Paul W. Anderson, director y guionista de “Resident Evil 5: Venganza”, además de marido de la vedette, ha conseguido aunar, en una inesperada asunción de los guiones de las cuatro entregas anteriores de la saga, los ceros y unos de “Matrix”, las tristezas de los replicantes de “Blade Runner”, la huida de la infección de “28 días después” y la más trepidante acción que a uno se le pueda imaginar, trufada de abusos de la cámara lenta al más puro estilo “Wanted”. Posmodernidad y sincretismo en estado puro.

Pero no os confundáis. Aquí no recomiendo una película. Lo único que hago es intentar entenderme un poco mejor a mí mismo, así como al momento histórico-cultural en que vivimos. Todo a partir de un blockbuster y del empeño socrático.

Jorge Martínez Lucena

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Jorge Martínez Lucena es profesor de Antropología y de Cine y Cultura en la Universitat Abat Oliba CEU de Barcelona. Ha sido Visiting Researcher en la Università Cattolica di Milano y en laUniversity of Hertforshire (UK), así como Visiting Associate en la Furham University (UK). Ha publicado varios ensayos en torno a la cultura pop actual y sus peculiares antropologías e imaginarios colectivos. Algunos de ellos son Ensayo Z. Una antropología de la carne perecedera(Berenice, 2012), Celuloide posmoderno (Encuentro, 2010, con coautor), Vampiros y zombis posmodernos. La revolución de los hijos de la muerte (Gedisa, 2010) o Los antifaces de Dory. Retrato en “collage” del sujeto posmoderno (Scire, 2008). Su inquietud intelectual fundamental es la de hacer dialogar a apocalípticos e integrados.

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