Nos encontramos ante una película que ya hemos visto, pero que, sin embargo, se deja volver a ver. Y merece la pena volver a verse. Ya la hemos visto porque se trata de un remake que rinde homenaje a Cuentos de Tokio (1953) de Yasujiro Ozu, que fue elegida por directores de cine en 2012 como la mejor película de la historia del cine. También es un remake que conmemora los 50 años de profesión de su director, Yôji Yamada.
La historia es muy sencilla y en la sencillez reside gran parte de su fuerza. Es la historia de una pareja de ancianos que vive en una pequeña isla de Japón y deciden ir a visitar a sus hijos a la gran ciudad, Tokio. El mayor de los hijos es Koichi, médico, cuya vida está centrada en el cuidado y atención de sus pacientes. La hija, Shigeko, dirige una peluquería, la cual absorbe todo su tiempo. Y el hijo menor es Shuji, que se gana la vida como puede, básicamente como tramoyista; y que cuida, como a un hijo, de su querido fiat cinquecento. Los hijos quieren que sus padres se entretengan en la capital, y quieren ocuparse de ellos, pero al mismo tiempo están ocupados en sus trabajos, en su cotidianidad.
Esta es la historia sencilla que narra la película; el desarrollo de la trama hará que nos encontremos con un mar de relaciones complejas, de historias entrelazadas. El director hace que nos sumerjamos de una manera cómplice en un entramado de relatos y asistamos, casi como un familiar más, a los encuentros familiares, no siempre cómodos.
Ni hay efectos especiales, ni hay grandes dramas, ni tampoco grandes aventuras, sólo historias familiares, pequeñas y cotidianas historias familiares. La fuerza de la película reside en la capacidad de contar historias y de hacer partícipe de ellas al espectador. En definitiva, el tema de la película es el de las relaciones intergeneracionales en un mundo que ha cambiado y evolucionado en el periodo entre dos generaciones. La película plasma este conflicto en el Japón actual, contraponiendo una vida tradicional y tranquila (la de los ancianos) y una vida acelerada y sometida a la gran ciudad (el mundo de los hijos), sin tiempo, sin espacio, ahogada por las prisas. Y todo contado con cierta ironía y, al mismo tiempo, ternura y tristeza.
Es una historia de otro país, de otra cultura, de otra ciudad, y sin embargo, la historia logra que nos identifiquemos con ella, que veamos esa historia como nuestra historia, que nos veamos como hijos que olvidan a sus padres, a pesar de quererlos muchos, o como padres, que no han sabido estar al lado de sus hijos. En lugar de Tokio podríamos hablar de Madrid, Barcelona o Valencia (por ejemplo), y esa isla japonesa, apartada del mundo moderno, bien podría ser cualquier aldea manchega, pueblo andaluz o gallego. A veces, cuando buscamos grandes valores universales que pudieran unir a todas las personas de culturas diversas, nos perdemos en abstracciones teóricas vacías. Convendría que echásemos mano de estas historias concretas, particulares, que acudiendo a lo más singular y local son capaces de conectar con otras singularidades muy distintas y distantes. Es más fácil encontrarse, paradójicamente, en historias concretas, llenas de particularismos, que en conceptos abstractos.
A veces las pequeñas historias, otras historias, cuentan nuestra historia, nuestra propia historia. Una familia de Tokio es una de esas historias. Y, se nos puede preguntar: ¿qué pasa con el original (Cuentos de Tokio)? ¿Mejor o peor? Esa es otra historia.
Tomás Domingo Moratalla
Ficha técnica:
Director: Yôji Yamada
Intérpretes: Isao Hashizume, Etsuko Ichihara, Tomoko Nakajima, Yu Aoi, Yui Natsukawa, Satoshi Tsumabuki, Bunta Sugawara, Masahiko Nishimura, Shigeru Muroi, Shozo Hayashiya
Japón 2013
Género: Drama