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Alguien a quien amar

Alguien a quien amar Muy buena

Público recomendado: Adultos

El tema de la redención de un ídolo del rock caído no es una novedad en el cine; sin embargo, Alguien a quien amar tiene una profundidad psicológica y antropológica difícilmente alcanzable en cintas de este tipo.

 

 

 

El cine estadounidense nos viene dejando, regularmente, varias muestras con muy buen sabor de boca, pero este film danés las supera, si no en música, sí en el vigor y crudo realismo de sus personajes.

Tomas Jacob frisa los cincuenta, con una carrera musical de éxito mundial a sus espaldas. Su mirada fría y su cinismo proceden de su particular infierno (superado) de drogas, alcohol y matrimonios frustrados. Jacob es ahora un hombre solitario sostenido por varias mujeres: su mánager, su productora musical, y la mujer de servicio de su mansión alquilada. A este cuadro se añade la aparición de su hija, madre de Noa, un niño de 11 años. La interpretación de todos ellos es más que excelente; los diálogos alcanzan un nivel superior gracias a las miradas, sostenidas en secuencias largas, pues son parte esencial de las complejas relaciones que se establecen entre ellos: sanadoras o desafiantes, suplicantes o vengativas, desesperadas, resignadas… un verdadero deleite para el espectador que queda atrapado en ellas.

La música encaja como la llave adecuada en la cerradura: la voz profunda, ronca y raspada se arropa en tesituras pesadas, oscuras, llenas de reverberación y eco; ritmos maduros, pero en tensión, y letras llenas de jirones de carne viva de Jacob: en ellas libera el único tipo de amor que le queda: el amor-necesidad o la búsqueda insensata de algún sedante femenino.

La trama se desarrolla alrededor de la lucha de Jacob. Todo le empuja, contra su voluntad, a romper su aislamiento. La lucha será titánica y las concesiones serán mínimas, arrancadas mediante el dolor. El tema, decíamos, es recurrente. Los biopics Ray (Taylord Hackford, 2004) y En la cuerda floja (James Mangold, 2005), al repasar la vida Ray Charles y Johnny Cash, otorgan un papel primordial a la superación de la adicción a las drogas, causa de su ruina humana y artística. En el ámbito de la ficción,  Corazón rebelde (Scott Cooper, 2009) o Un lugar donde quedarse (Paolo Sorrentino, 2011) muestran la vida actual de dos estrellas, que han pagado en su vida las facturas de sus adicciones.

En Alguien a quien amar, también son las drogas y el alcohol las que destruyeron a un recuperado Jacob. Pero en este caso, la complejidad del personaje es muy destacable. Existe un coherente tratamiento, más allá de las drogas, de la mentalidad individualista y de los fundamentos de la libertad. Jacob está incapacitado para sanar una relación; él mismo tiene otra enfermedad que no es la mera adicción, de la que está curado. He ahí el acierto. Las acciones humanas nos constituyen, somos lo que nos vamos haciendo y cada decisión no se toma en el vacío, sino que se toma con el peso de las decisiones pasadas. Como esos equipos de fútbol que juegan mal en Liga, pero cuando llegan a la Champions, el peso de su camiseta se hace notar y arrancan victorias en los campos más difíciles, más llevados por la historia de su equipo que por su juego regular durante la temporada.

No hay decisiones en el vacío; es falso aquello del “no pasa nada”. Películas como El diablo viste de Prada son, así como de pasada, profundamente mentirosas. La protagonista, en un momento, deja al novio, para tener otras experiencias y se lía con el yuppie; pero después decide volver, y ¡oh!, “aquí no ha pasado nada”; como si las acciones que uno toma no formaran parte de la vida; este dualismo absurdo (por un lado estoy yo, y por otro lado, están mis acciones, que no tocan lo más profundo de mi ser) es, ante todo, mentira. Afortunadamente, la directora de nuestro filme, Pernille Fischer Christensen, no ha caído en esta trampa. Jacob es duro de pelar, porque pesa en él todo su pasado; lo de menos es que hayan sido las drogas; por eso no hacen falta los flashback; nos basta y nos sobra su presente, que no puede entenderse sin su pasado. Su individualismo atroz es el resultado de sus acciones, aunque también sea reflejo del clima moral de la época. Por eso, a duras penas, las mujeres de su entorno lograrán algo. Será, posiblemente, el recuerdo de su experiencia pasada –de nuevo sin flashback– lo que le permita tomar una decisión, esta sí, de futuro.

Pablo Gutiérrez Carreras

 

Ficha técnica:

Dirección: Pernille Fischer Christensen

Guion: Kim Fupz Aakeson, Pernille Fischer Christensen

Reparto: Mikael Persbrandt, Trine Durholm, Birgitte Hjort Sørensen, Sofus Rønnov

Duración: 100 min.

Género: drama

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