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Big eyes

Big eyes 

Público recomendado: Jóvenes, adultos

Big Eyes es la última entrega de Tim Burton, una película de tono amable con algún toque excéntrico, que cuenta la historia de Margaret  Keane, una pintora cuyo marido trata de apropiarse de la autoría de sus cuadros: los conocidos dibujos de niños con grandes ojos que se hicieron famosos y triunfaron comercialmente a finales de los años 50. 

El guion muestra con buen ritmo y sin excesivas sorpresas la historia de la pareja Keane: cómo se conocen en California, su fulminante matrimonio, la usurpación por parte del marido de la obra artística de su mujer, el triunfo comercial de los cuadros gracias a las dotes comerciales de Walter Keane, la paralización de ella ante la injusta situación por miedo a su marido, y, finalmente, la rebeldía de Margaret. Todo concluye en un juicio donde se dirimirá quién de los dos es el verdadero autor/a de los dibujos.

Los guionistas, Scott Alexander y Larry Karaszewski, que ya trabajaron con Tim Burton en Ed Wood, 1994, abordan la biografía  de Margaret Keane -basada en hechos reales- de forma desenfada. Los dibujos de Keane reflejaban la propia desolación de la artista, como cuentan los guionistas en una entrevista a The VeniceMaseChannel. En los créditos finales de la película, al igual que hicieran en Ed Wood, los guionistas dan unas pinceladas de la historia real a través de rótulos y fotografías, donde nos enteramos de algún dato revelador: como que, tras la batalla jurídica, nunca más se volvió a ver un dibujo de Walter Keane.

Destaca la interpretación de Amy Adams (Margaret Keane) que emociona al mostrarnos la tribulación que vive una artista desposeída de su arte. Christoph Waltz da vida a un creíble Walter Keane, romántico al comienzo, pero que con el transcurso de la historia se va volviendo egoísta e histriónico, tanto que en algunos momentos recuerda al Ed Wood de los mismos escritores.

La fotografía retrata una California colorida y vibrante,  llena de elementos kitchs que tanto gustan al director. Toda  la historia va acompañada de la imprescindible música de Danny Elfman, colaborador habitual del director.

Se echa de menos esa singularidad propia del sello Burton. Aquí no veremos monstruos, muerte, colosales contrastes visuales, ni choques estéticos retorcidos. La desbordante fantasía burtoniana cede a una historia más sencilla. Solo hay algún apunte de la imaginación bizarre  del director cuando la protagonista empieza a ver a las personas de alrededor provistas de grandes ojos, como en sus dibujos, pero sin trascendencia en el relato.

Reconocemos también la impronta de Burton cuando muestra los barrios residenciales o la imprenta de los créditos de apertura con su movimientos mecánicos tan recurrentes en el director. Pero todo es puntual, y se echa algo en falta la soledad, marginación y sentimientos a flor de piel de los personajes de Burton.

Parece que el director ha preferido alejarse de lo fantástico y excéntrico, para mostrar una historia más amable, con tintes cómicos y conseguir así una película interesante, atractiva y distinta, volcada en el duelo interpretativo de los protagonistas, que, como afirmaba el director en una reciente coloquio con Tim Burton, era uno de los aspectos que más le interesaba en este film.

Javier Figuero

 

 

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