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Dallas Buyers Club

Dallas Buyers Club 

Público recomendado: Adultos

Dallas Buyers Club, del director canadiense Jean-Marc Vallée (La reina Victoria/2009, C.R.A.Z.Y./2005 y Café de Floré/2011), ha sido ganadora de tres Oscar de la Academia: el de mejor interpretación masculina (Matthew McConaughey), el de mejor maquillaje y peluquería, y el de mejor actor de reparto (Jared Leto). Los recursos que han tenido para cada departamento, dentro de lo que implica la producción de una película, no corresponden a los presupuestos a los que acostumbra una película de Hollywood, sino más bien a los presupuestos de una película con cierto tono independiente.

 

 

Pensemos que el departamento de maquillaje y peluquería contó literalmente con 250$ para todas las necesidades que nacieran del guión. Hace pocos años el cine hecho en Hollywood tenía una clara huella, mientras que hoy en día también se apuesta por proyectos más sencillos de corte independiente. Hollywood sabe de sincretismo cinematográfico.

Esta película refleja con bastante acierto lo que supuso para los años 80 la aparición del virus VIH y de su consecuencia más atroz, el SIDA. Los principales casos provenían, según estadísticas oficiales de la época: de prácticas homosexuales en más de la mitad de los casos; casi un tercio, de la utilización de jeringas en el mundo de la drogodependencia; y el resto, se refería a sexo sin protección. A éste último grupo pertenece el protagonista de la película que nos ocupa, Ron Woodroof (Matthew McConaughey); un electricista de Texas, drogadicto, mujeriego, homófobo y amante de los rodeos. En el momento en el que diagnostican el VIH, toda la gente de su alrededor le desplazan y sufre los prejuicios de ser homosexual sin serlo. Lo critican y lo ridiculizan cómo el mismo hacía pocas semanas había hecho con Rock Hudson, al descubrirse a nivel nacional que tenía SIDA. Se convierte, de repente, en la diana de todo tipo de insultos homófobos. De hecho, el protagonista Ron Woodroof permite ver el arco de transformación de un homófono hacia una persona que descubre el bien que es cualquier persona humana. Aunque la película no trate sobre la homosexualidad, logra un acercamiento interesante y hasta quizás necesario sobre este tema.

La introducción del SIDA dentro de la vida de Ron Woodroof acelera la reflexión de él sobre sí mismo y sobre la muerte. Al sufrir la prontitud de la muerte reestructura su vida, como en muchas otras películas que llevan al personaje a pensar qué es aquello que les gustaría hace antes de morir o a sacar fuerzas de donde no parecía haber ninguna: Mi vida sin mí/2003, 127 horas/2010, The Game/1997, Ahora o nunca/2007, o series de TV como la premiada Breaking Bad/2008-2013… Historias límite que fuerzan al sujeto a atreverse a vivir, a atreverse a subirse a la vida, con todas sus dificultades como si fuera el potro salvaje de un rodeo… Transmiten ideas como: “Tenemos una sola vida, disfrútala, no la desperdicies”. Por ejemplo, el momento que comparte Matthew McConaughey con Jennifer Garner (una interpretación plana al compararla con las de sus compañeros de reparto) en donde le expresa que desearía tener hijos y una familia.

Resulta muy interesante cómo este personaje, conforme va avanzando la película (y el desarrollo de la enfermedad), descubre que pasa de criticar y odiar a un homosexual, a tener una mirada sobre él mucho más realista; descubre una humanidad en sí mismo y en él, que le permite entablar una amistad mucho más verdadera que la que tenía con sus otros “amigos heteros” de drogas y orgías… Pues bien, hay varias secuencias que no deben dejar de nombrarse al hablar de esta película, momentos bellos por los que vale la pena todo el metraje. Una de ellas, la protagoniza Jared Leto (ganador del Oscar al mejor actor de reparto por este papel) que interpreta a un homosexual que se viste de mujer y que también tiene SIDA. Es un personaje que reacciona de forma distinta al de Ron conforme la enfermedad va llegando a su fin, no deja de consumir droga, pero ambos comparten una misma inquietud existencial ante la cercanía de ese momento. La secuencia bella referida, es aquella en donde este homosexual se pone delante de un espejo a maquillarse, cómo lo habría hecho tantas veces para tantos hombres, pero esta vez lo hacía para otro distinto, para Dios (el personaje lo dice explícitamente). Cuántas veces se maquillaría con la intención de encontrar a alguien con quien compartir su vida, su sexualidad, más allá del embrutecimiento del sexo sin amor. Y cuántas noches, volvería a casa sin haber encontrado quien lo amara por lo que es. Pues esta vez, el maquillaje se lo pone en un cuerpo que se va deshaciendo por la enfermedad. Y en ese momento brota una verdad dentro de él, la de que existe ese Alguien que lo ame de verdad y ese Lugar qué le permita brillar como si fuera un ángel… Es un maquillaje que podría ser símbolo del tránsito del alma, como lo que se le ponía antiguamente a los muertos para cruzar al más allá… Y todo esto sucede ante un espejo, expresión muchas veces de una puerta hacia algún lugar, de un paso a otro mundo… En este sentido es bello también el momento en el que Ron, juntando las manos antes las velas de un club nocturno, se dirige a Dios y le dice: “Si estás ahí, dame otra oportunidad, dame un respiro, no estoy preparado, dame al menos una señal”. Hay otra secuencia significativa, también del personaje de Ron, que es cuando, parando el coche, da un grito que nace de haber tomado conciencia de su vida y de su muerte. Un grito, que como el maquillaje, expresa una necesidad interna del hombre, la necesidad de que la vida no termine y el mal (la enfermedad) no tenga la última palabra. En este sentido, la película evoca a otras como Nunca me abandones/2010 o El Padrino III/1990. Y cuando la necesidad humana aflora (maquillaje o grito), los prejuicios se difuminan.

El director ha contado para el guión con Melisa Wallack (Mi vida es una ruina/2007 y Blancanieves (Mirror, Mirror)/2012) y con el debutante Craig Borten. La película responde más bien a una estructura clásica a pesar de tener algún momento donde parece querer romper (sin atreverse) algún formalismo narrativo. Evoca a películas como Philadelphia/1993, por la temática de SIDA; a películas como Erin Brockovich/2000 o El aceite de la vida/1992, por la injusticia de las grandes empresas farmacéuticas o petroleras y la responsabilidad del individuo en una organización; esa concepción mercantilista de la vida y de las personas (tan propia del capitalismo). Sin embargo, hay algo que no se puede manipular/mercantilizar a placer, esa inquietud existencial de que las cosas no terminen.

Dallas Buyers Club es una película muy valiente que vale la pena promocionar porque plantea temas importantes desde una necesidad humana común: que exista un lugar donde no haya ni enfermedades ni prejuicios y donde todos sean tan bellos como los ángeles… Esta película va más allá de una mera película de denuncia social que podría contentar a un grupo concreto de personas (lobbie gay). Premiar hoy una película con esta temática podría parecer tan solo una estrategia de Hollywood. Sin embargo, consigue ser altavoz de una injusticia sin caer en la complacencia ni en lo ideológico.  Dallas Buyers Club va también más allá de ser un arma arrojadiza (aunque pudiera ser justa) contra todas aquellas personas que encarnaron prejuicios sobre los homosexuales. Dallas Buyers Club es un ejemplo, por otro lado inspirado en hechos reales, de cómo nace un vínculo de amor y amistad entre dos amigos con historias muy distintas que se encuentran en la enfermedad. Éste es el verdadero desafío que plantea la película, ser capaces de entrar en un diálogo desde lo que nos une y no desde lo que nos separa.

Deberíamos poder dialogar sobre todo esto entre personas que opinen distinto. Dallas Buyers Club es una invitación a darnos cuenta de que la naturaleza humana, se defina como se defina, con o sin peluca, con o sin maquillaje, llega un momento donde se enfrenta a la muerte. Saber que vamos a morir es, quizás, uno de los mejores recursos que existen para iniciar un diálogo, esperado como un desafío. Esa inquietud existencial ante la muerte es mucho más potente que cualquier prejuicio ante la vida. Lo que pudiera parecer una “normalización” hollywoodiense americana, también en estructura, plantea la posibilidad de un diálogo verdadero, alejado de un populismo ideológico fácil.

En definitiva, estamos ante una de las películas del año, basada principalmente en unas interpretaciones de lujo, justamente reconocidas; especialmente la de Matthew McConaughey. Una obra dura de ver por la explicitud de sus imágenes, que desde la denuncia social de un particular, consigue una hondura dramática y reflexión universal sobre qué es el hombre y cuál es su razón de ser.

 

Carlos Aguilera Albesa

Signis España

 

 

Ficha técnica:

Director: Jean-Marc Vallée.

Intérpretes: Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner, Denis O´Hare, Steve Zahn, Dallas Roberts, Kevin Rankin.

Guión: Craig Borten y Melisa Wallack.

País: EE.UU.

Año: 2013.

Género: Drama.

Duración: 117 min.

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