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Ida

Caratula de "Ida" (2013) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes, adultos

Polonia, 1960, en plena dictadura comunista. Anna (Agata Trzebuchowska) es una joven novicia huérfana, que fue acogida en el convento cuando era un bebé, y que ahora está a punto de hacer su profesión perpetua. La superiora le ordena que, antes de dar ese paso, salga del convento y pase unos días con su tía Wanda (Agata Kulesza), una mujer amargada y compleja, a la que Anna desconoce por completo.

Esa convivencia con su tía revelará a Anna las graves razones que motivaron la decisión de la superiora. Unas razones que tienen que ver con el verdadero nombre de la chica, Ida, y con un terrible secreto de su familia, a través del que descubre los abismos de la maldad humana y también la belleza del amor conyugal.
Tras la decepcionante “La mujer del quinto”, el polaco afincado en París Pawel Pawlikowski (“Last Resort”, “My Summer of Love”) recupera la forma con “Ida”, premiada película que ha gozado de un notable éxito en Francia. Rodada en blanco y negro, y con escasos diálogos, en ella el director reflexiona sobre sus propias raíces polacas, marcadas por el sufrido catolicismo de la mayoría, la cruel ocupación nazi y la implacable dictadura estalinista. Además de unas sobrias pero poderosísimas interpretaciones, el filme ofrece una sensacional puesta en escena, asentada en el opresivo formato 4:3, la preciosa fotografía de Lukas Zal y Ryszard Lenczewski, y el predominio casi total de una singular planificación fija y descentrada —dos tercios de cielo y uno de suelo—, cuya arrebatadora capacidad poética es subrayada por la inteligente banda sonora, compuesta por sustanciales fragmentos de música clásica y un par de esplendidas canciones de John Coltrane.

Tales opciones estéticas dotan de entidad dramática a las complejas reflexiones de Pawlikowski sobre la fe de la protagonista, mostrada con sumo respecto, aunque con cierto silencio de Dios, lo que a ratos la hace más protestante que católica. De hecho, la película está visualmente más cerca de Dreyer oBergman que de cualquier referente claramente “católico”, aunque también se adivina la admiración de Pawlikowski hacia John Ford y Terrence Malick, sobre todo en sus apabullantes secuencias en exteriores. En todo caso, el doloroso viaje existencial de Anna/Ida —en cierto modo, inverso al de Audrey Hepburn en “Historia de una monja”, de Fred Zinemmann— pondrá a prueba todas sus convicciones religiosas para, quizás, integrar en ellas el propio pasado y asumirlas con una mayor madurez. Un planteamiento no exento de cierta tristeza, pero muy sugerente y nada convencional, sobre todo en su pulso entre la esperanza de la fe y el nihilismo del escepticismo cínico.

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