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El francotirador

Caratula de "One Soldier's Story: The Journey of American Sniper" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes-Adultos

Con una de las carreras más extensas de la historia del cine, Clint Eastwood, a sus 85 años, vuelve a  rodar con maestría una historia que esconde varias cuestiones universales que merecen ser miradas con detenimiento; como casi toda su obra.

Clint Eastwood, como diría un amigo mío, es el gran caballero de Hollywood. Y es cierto, pues toda su obra está atravesada por un gran respeto a la inteligencia del espectador; siempre propone grandes temas y grandes preguntas pero jamás se acelera para responderlas si no le sigue de cerca su interlocutor; vale la pena destacar Million Dollar Baby (2004) con el tema de la eutanasia y la redonda Gran Torino (2008). De hecho, el arte en general más que dar respuestas, pienso, debería ayudarnos a formular las preguntas adecuadas. También en El Francotirador, sucede; pues nos invita a mirar la vida de un soldado americano para poder hacer un camino juntos con dos objetivos claros: 1) Volver a mirar sobre la herida del 11 de Septiembre y la del terrorismo en general; el sentido del mal en el mundo. 2) Ir al fondo de qué es el ser humano y dónde está ese lugar donde poder recuperarse una y otra vez; ¿pueden los efectos de la guerra ser la última palabra o existe un camino transitable y cercano que podamos coger; incluso nosotros con nuestras pequeñas guerras y heridas?

Eastwood logra un ritmo narrativo que mantiene al espectador expectante en la butaca en casi todo momento. El interés primero de la película, más allá de la repercusión mediática que ha generado, está en el arco de transformación del personaje principal. Sin embargo, antes de profundizar en él es justo señalar algunas sombras de la película como la representación algo maniquea de la población iraquí pues, aunque se apunta, no se detiene lo suficiente para mostrarla, o como se diría con la terminología de Avatar (2008), no deja el tiempo necesario para poder decir “te veo” pero no solo con los ojos sino con el alma. Y como todo lo maniqueo es parcial, en este caso al serlo, se cuela un cierto tufo a patriotismo que aunque entorpece no paraliza. Por otro lado, siendo una película bélica (y anti-bélica) no es una película que pretenda narrar, por decirlo así, la vida militar como principal temática sino que lo valioso está en la herida del protagonista y en la forma en la que ésta evoluciona. De ahí quizás sus lagunas si la comparamos con películas como En tierra hostil (2008), Green Zone: Distrito protegido (2010) o Enemigo a las puertas (2001) por citar algunas.

El Francontirador, nos cuenta la historia de Chris Kyle un americano de Texas que tras tomar conciencia de varios ataques terroristas en EE.UU. decide alistarse en los Navy SEALs y termina convirtiéndose en el francotirador más letal de la historia del ejército de los Estados Unidos. Nacido en Odessa, Texas, en el seno de una familia protestante bastante religiosa, fue granjero y cowboy de rodeos hasta 1999 que decidió alistarse. Su padre le dijo que existían tres clases de personas en el mundo: las ovejas, los lobos y los perros pastores. Estos últimos eran de las tres opciones, la única que su padre les dejaba ser: prohibido ser lobos, y ovejas no se puede ser, porque ser ovejas es como “no ser”; tan solo perros pastores dispuestos a proteger y defender lo justo. La relación con el padre resulta vital de alguna forma en la evolución del personaje. De hecho, justo en el arranque de la película Eastwood introduce un flashbacks para explicar qué sucede en el interior del personaje. En esa secuencia, apuntada en el tráiler, vemos por la mirilla de su fúsil como una madre iraquí con su hijo (unos 10 años) están dispuestos a inmolarse ante la presencia de tropas americanas en Irak. Por lo tanto, digamos que él llega a esa guerra con unas circunstancias que le hacen parecer más duro y resistente ante los efectos de la guerra; tiene claro ser un perro pastor decidido a todo. Pero al igual que Sandra Bullock en Gravity (2013) interpreta a una doctora muy eficaz pero que los sensores de su cuerpo le indican que algo va mal, Bradley Cooper interpreta con gran finura y precisión a un hombre que oculta una tensión interior a la que no sabe ni nombrar ni enfrentarse. Nuestro francotirador hace un ejercicio de contención como si viera que se convertiría en un traidor si dejase aflorar todo su mundo interior. Porque hacerlo significaría de alguna forma ser oveja y no perro pastor protector de todos.

Sin embargo, llega un momento donde los recursos de su padre no le permiten ni explicar la realidad ni sostenerse en ella; termina desconfiando hasta de su propio perro “pastor”; todo resulta una amenaza y nada un “hogar” donde descansar. Por mucho que trate de evitarlo o de negarlo la guerra consigue afectarle y cae en un lugar en donde ya no sabe donde está ni quién es. Vale la pena destacar el momento donde él llama a su mujer, diciéndole que ya debería estar dispuesto a volver a casa pero se descubre incapaz de hacerlo; como si la guerra hubiera dejado unas huellas difíciles de superar. Esto recuerda a películas como Munich, de Steven Spielberg en donde vemos los efectos de la guerra y cómo la mente humana resulta ser la primera víctima más allá de las heridas físicas.

Otro de los temas que plantea el caballero Eastwood es el del misterio del mal, ¿qué hacer ante el misterio del mal y qué relación tiene con el plan de Dios? Uno de los flashbacks que hay de la infancia del protagonista es justo el de una Iglesia en que hay un pastor hablando sobre lo difícil que es de entender el plan de Dios que “permite estas cosas”. ¿Cómo leer el plan de Dios? En este sentido es interesante también cómo el protagonista lleva consigo siempre una pequeña biblia de cuando iba a esa Iglesia; como si formara también parte de ese pack educativo recibido en la infancia. De hecho, hay una secuencia en la que un compañero suyo le pregunta en pleno conflicto que nunca la lee, que si cree de verdad o no. De alguna forma, Eastwood parece introducir otra cuestión que nos indica el siguiente paso ¿nuestra herencia religiosa responde a nuestra vida y a sus circunstancias o es tan solo un consuelo y una pose que no se sostiene ante la seriedad de la vida? Lo dicho, todo un caballero que nos lleva de la mano.

Eastwood sale al encuentro de la herida del pueblo americano a través de esta historia basada en hechos reales. De hecho El francotirador podría enmarcarse dentro de un cierto cine social reciente. Un cine muy explícito, que recurre (si es que es necesario) a la violencia como necesidad argumental, pero que porta un mensaje final o al menos busca una reflexión. Dentro de esta categoría y unificando el tipo de mensaje, se encontrarían películas como la citada Munich, La deuda, No habrá paz para los malvados[1], El hundimiento, La vida de los otros, Mystic River del propio Eastwood… El 11S para el pueblo americano, la segunda guerra mundial para el pueblo alemán o el 11M para el pueblo español, son hechos que expresan acontecimientos difíciles de digerir y de superar.

Por lo que parece decir la película, las lesiones físicas de la guerra son de alguna forma una ayuda para poder hacer un trabajo con las lesiones mentales. Al entrar en contacto con otros heridos de guerra, nuestro protagonista, ve en acción cómo ellos hablan de sus heridas físicas y poco a poco aprende el lenguaje necesario para narrar su herida interior y poder hacer un trabajo sobre ella; ya no como perro pastor sino como oveja herida necesitada de una comunidad donde descubrir quién es de verdad. A diferencia de otras películas El Francotirador, no solo nos muestra una herida sino que nos indica una dirección para sanarla.

En definitiva, una película notable, con seis nominaciones a los Oscars, que aunque peca de maniquea (y por lo tanto de exceso de patriotismo) nos regala una enorme interpretación de Bradley Cooper que nos permite “ver” su herida y aprender de ella. Digno merecedor de su nominación al Oscar y uno de los más versátiles actores de su generación que esperemos nos regale muchas más interpretaciones de este nivel.

Y gracias al caballero Eastwood por recordarnos que existimos… Que incluso tras los infiernos de nuestras guerras personales, ¡existimos!

 

 

 

 

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