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Siempre Alice

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

Los directores Richard Glatzer y  Wash Westmoreland llevan años trabajando juntos. En 2001 nos ofrecieron un producto deplorable pseudopornográfico llamado The Fluffer (El estimulador). Algo mejoró la cosa, pero no demasiado, con Quinceañera en 2006.

El pasado mes de diciembre se estrenó en España en circuito on-line el biopic sobre Errol Flyn, La última aventura de Robin Hood. Con esta película los realizadores sin duda subían enteros, aunque es llamativa su querencia por los temas de sexo y drogas, presentes en todas sus películas… menos en la que comentamos hoy, Siempre Alice, una notable cinta basada en la novela de Lisa Genova, doctora en ciencias neurológicas por la Universidad de Harvard. Indudablemente Glatzer y Westmoreland firman la mejor obra de su carrera.

El Alzheimer, que sufren 25 millones de personas, tiene cada vez más presencia en la cartelera, con películas muy variopintas, desde la nihilista Amor, de Haneke, a la luminosa Quédate conmigo, de la que hablábamos la semana pasada. También en cintas españolas esa enfermedad degenerativa aparece como telón de fondo de diversas tramas como en Las manos de mi madre (Mireia Gabilondo, 2013), Amanecer de un sueño (Freddy Mas Franqueza, 2008), o La mitad de Oscar (Manuel Martín Cuenca, 2010).

Siempre Alice se centra en la vida de la familia Howland, en Nueva York. John (Alec Baldwin) es un importante médico, su esposa Alice (Julianne Moore) es una conocda lingüista y profesora en la Columbia University de Nueva York. El matrimonio tienen tres hijos, Anna, casada y embarazada; Frederic, que tiene novia, y la pequeña, Lydia (Kristen Stewart), también independizada aunque ha preferido dedicarse al teatro en vez de entrar en la Universidad.

La vida de la familia Howland transcurre feliz hasta que Alice, preocupada por sus pérdidas de memoria y sobre todo por extraviarse en su propio campus, decide ir al neurólogo, el cual, tras las pruebas pertinentes, le diagnostica un Alzheimer prematuro. Su vida personal y familiar tiene que replantearse enteramente, y en muy poco tiempo ya nada volverá a ser como antes.

La película es muy ponderada y no recurre a excesos melodramáticos, ni a sobrecargas emocionales de sentimentalismo barato. Al contrario, su sobriedad está al servicio de la credibilidad de los personaje, llenos de realistas claroscuros. Estos se plantean dilemas morales muy razonables: ante una enfermedad irreversible de enajenación total ¿es razonable sacrificar la propia carrera profesional? ¿Dónde acaba el sentido común y comienza el egoísmo? Marido e hijos tendrán que declinar estos conflictos, cada uno desde sus circunstancias particulares, y la película no juzgará sus decisiones. Sin embargo, sí que se señala claramente con el dedo al personaje de Lydia, la rebelde de la familia, la inconformista,… y la que se lleva peor con su madre. Ella será capaz de la mayor generosidad, y la que pronuncia la última palabra del film, “Amor”, como un brindis irónico dirigido al cineasta austriaco Michael Haneke. Ciertamente hay una escena en la que Alice se plantea la posibilidad del suicidio como única salida, pero a diferencia de Amor, aquí se presenta como una opción “secreta” de la protagonista, que bajo ningún concepto podría ser aceptada por su familia.

La puesta en escena, en sintonía con todo lo que acabamos de decir, es muy diáfana, esencial, sin oropeles que adornen innecesariamente lo que sólo debe ser expuesto con la mayor delicadeza. Pero esto no serviría de nada sin una actriz todoterreno como Julianne Moore, que nos regala un festival interpretativo lleno de registros. Un contenido Alec Baldwin expresa el dolor silencioso de un hombre que sabe controlar sus emociones. Pero la gran sorpresa es Kristen Stewart, que demuestra lo que no supo demostrar en la saga Crepúsculo: que es una excelente actriz. Sin duda una película más que interesante.

 

 

 

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