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Todo saldrá bien

Caratula de "Todo saldrá bien" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Parece que está de moda la cocina de autor, pero el cine de autor nunca se pasa de moda porque siempre habrá algunos que se rebelen contra lo establecido.

En los últimos años, muchos hemos disfrutado con los trabajos de algunos de ellos como Los hermanos Dardenne con dos magníficas películas (Dos días, una noche y El niño de la bicicleta) o Ken Loach, autor de La parte de los ángeles y Buscando a Eric. En este caso, Win Wenders, muy reconocido por su trabajo en El cielo sobre Berlín,  por la que obtuvo el Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes, ha estrenado Todo saldrá bien.

Para ello, ha contado con un reparto potente encabezado por James Franco, al que acompañan Rachel McAdams, Charlotte Gainsbourg y María-Josée Croze, que lo hizo genial en una cinta de superación personal como La escafandra y la mariposa. El director demuestra gran dominio de la cámara. Tal vez, esto se deba a su gran afición al cine, pues tuvo una época en la que veía 5 películas al día. Sin embargo, lo que más llama la atención es que se haya atrevido a filmar un drama íntimo en 3 dimensiones, algo difícil de encajar para muchos seguidores del cine dramático. El resultado ha sido razonablemente bueno, teniendo en cuenta la dificultad de rodar una historia ambientada en distintas estaciones del año. El ritmo es lento, pausado, con la intención de que caigamos en la cuenta de lo que pasa por la mente del protagonista. En los primeros 20 minutos escasean los diálogos, lo que puede provocar que algunos abandonen su visionado, aunque luego  aumentan las conversaciones y todo se hace más llevadero.

El realizador, que se ha definido en algunos medios de comunicación como cristiano de izquierdas, nos ofrece un relato de cierta riqueza antropológica que se hace la siguiente pregunta: ¿Cómo te perdonas a ti mismo cuando has hecho algo imperdonable? Estamos, por tanto, ante una historia de redención, ya que esa intranquilidad de su conciencia le hace plantearse su apertura hacia los afectados, haciendo lo necesario para curar o restañar las heridas, donde los silencios tienen su importancia.

La cinta plantea dos modos de afrontar una experiencia dolorosa, puesto que el cineasta, con bastante habilidad, nos explica que mediante la oración y la visita a una iglesia se suavizan y superan los problemas más rápido que  quien no ha tenido esa experiencia con la trascendencia.

Por último, hay que prestar atención al reguero de símbolos que Win Wenders ha integrado en el metraje,  porque son muy significativos, mostrando la religiosidad del director y sugiriendo que de, algún modo Dios también acompaña al ateo, poniendo “ángeles” en su vida.

 

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