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Entrevista a Lech Majewski, director y coguionista de “El molino y la cruz”

En su opinión, ¿cuáles son las raíces culturales de Europa?

Pienso que la cultura europea se sostiene sobre dos patas. Una la forman la mitología y la democracia griegas con la legislación romana. Y otra —nos guste o no— es la religión judeo-cristiana. Estas coordenadas delimitan lo que somos en Europa.

¿A que se refiere cuando insiste en la “necesaria dimensión vertical del arte”.

La mayoría del arte se mueve sólo en un nivel horizontal. Pero, siguiendo a Jüng, pienso que el arte, para que sea verdadero arte, debe reflejar arriba la trascendencia de Dios, y abajo, al demonio y a lo sucio del ser humano. Esta dimensión vertical está en todas las grandes obras maestras del arte. Baste recordar su tratamiento por parte de cineastas como el español Luis Buñuel. Simón del desierto es un ejemplo perfecto de ello. Es el mismo planteamiento de Brueghel en su cuadro Camino del Calvario, en el que se centra mi película. Pinta esa roca monumental, coronada con un molino como símbolo de Dios Padre. Y los cielos giran en torno a las aspas de ese molino, afectando a las numerosas personas que aparecen en la parte inferior del cuadro. Pero las aspas se paran ante la caída de Cristo con la Cruz, que ocupa el centro de la composición. 

Aunque subraya la importancia de la religión, su película también afronta el fundamentalismo religioso, encarnado aquí en las tropas españolas.

La religión tiene siempre como dos caras. Por un lado, el crecimiento espiritual, las relaciones personales con un poder superior, como manifestación de la trascendencia humana. Y, por otro lado, la tentación de considerar la religión como un poder, como un instrumento de represión para esclavizar a la gente. Ambas dimensiones forman parte de la naturaleza humana, que está siempre en conflicto entre hacer el bien y hacer el mal. 

¿Cómo influye la religión en su trabajo como creador?

La religión forma parte de la gran pintura del mundo. Hoy día, el arte evita los grandes temas. Por eso, yo he mirado hacia atrás, a estos artistas antiguos. He pasado cuatro años estudiando a Brueghel para intentar descubrir cómo había creado en su cuadro esa gran panorámica del universo. Un universo total, frente a los trocitos rotos que suele aportar el arte actual. Utópicamente, espero haber captado en mi película esa totalidad del cuadro de Brueghel. 

¿Qué destacaría del cine como lenguaje artístico?

El cine es el lenguaje artístico más completo, pues toma elementos de las demás artes. Es la summa summarum de todas ellas. Al menos, tiene la potencialidad de serlo; y algunas películas ciertamente lo han logrado, como 8 y ½, de Federico Fellini, o El espejo, de Andrei Tarkovski, que se acercan al ideal del arte clásico. Por ejemplo, Tarkovski, dentro de un paisaje muy amplio, pero a través de pequeñas cosas personales, llega a Dios y a la religión. 

¿Ha sido duro el trabajo con los actores?

El trabajo con los actores nunca es duro; es la parte más gozosa del trabajo de director. Aquí, concretamente, he exigido más a su imaginación para que se metieran en un ambiente que no tenían a su alrededor. De todas formas, en el set de rodaje había una reproducción inmensa del cuadro de Brueghel. Así que podía decirles: “Mira, ahora tú estás aquí”. Y ellos me contestaban “¡Qué interesante!”, mientras miraban la pantalla azul que tenían detrás… 

¿Por qué ha cuidado tanto el sonido de la película?

El sonido es tan importante como la imagen. Además, me encanta trabajar con él. Me gusta crear los sonidos de la película, para que resulten maravillosos. A veces, muchas películas pierden la fascinación de los sonidos reales, pues los tapan con mala música. Cuando, realmente, los sonidos reales son la mejor música que puedes oír.

Jerónimo José Martín

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