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Series TV: The Killing, el misterio según Sarah Linden

Seattle es una ciudad lluviosa, triste y perpetuamente azotada por la tragedia. Lo vimos en Seven (David Fincher, 1995) y lo podemos volver a vivir en una teleserie de AMC que cuenta ya con dos temporadas: The Killing (2011-), la versión norteamericana de la danesa Forbrydelsen (2007-).

Es un thriller moroso y oscuro protagonizado por la inspectora Sara Linden, interpretada por la antipática y enigmática Mireia Enos. Cuando empieza la serie está a punto de casarse, de iniciar una nueva vida. Pero el último día de su antigua vida se convierte en el primero de una nueva vida que no es la que ella esperaba, que se parece demasiado a sus peores pesadillas del pasado. Todo se pone patas arriba porque encuentran el cadáver de Rosie Larsen en el maletero de un coche hundido en un pantano. Ella, como le ha pasado en otras ocasiones, empieza a identificarse demasiado con la víctima: se obsesiona, y se olvida de su hijo adolescente, de su prometido, de sus planes, hace oídos sordos de las advertencias de todos los que la rodean y conocen su pasado psiquiátrico. De nuevo la mirada del enfermo. Muy Homeland (2011-).

A partir de ahí se ponen en juego distintos grupos de personajes que bailan un majestuoso ballet de entrecruzamientos inesperados: el concejal y candidato Richmond y su equipo en plenas elecciones a la alcaldía de la ciudad, la depresiva familia Larsen, la pareja policial que forman la misma Sarah y el ex toxicómano Stephen Holder, los entresijos de la mafia polaca, un servicio de acompañantes por internet, el alcalde maquiavélico, el casino indio, el constructor buscando enriquecerse ilícitamente, etc. Una fauna animada y sobrecargada de máscaras. Todos culpables (por posmodernos), aunque no todos culpables del asesinato de Rosie.

Una de las críticas recurrentes a la teleserie es la de que nos engaña, de que nos manipula. Nos hace pensar que ya hemos llegado a solucionar el caso pero no: sólo lo parecía. Y eso sucede continuamente y uno se mosquea, dicen. Por el contrario, yo me lo he pasado fantásticamente redescubriendo la modernidad del género, que convierte la realidad en una cebolla de la que se van retirando capas en un intento de llegar al corazón del asunto, que nunca llega. Descartes estaría contento viendo esta teleserie, porque impele al espectador hacia un escepticismo metodológico. Sin embargo, a mí me parece que el quid de la cuestión es otro. A mi The Killing, capítulo tras capítulo, me ha interesado cada vez más porque viéndola uno reconoce ciertas constantes de la propia experiencia del conocimiento. Algo que está en la base de nuestro interés por el thriller.

La cuestión es que cuando descubrimos la verdad de algo, la descubrimos indisociablemente unida al misterio por dos razones: porque sin misterio la razón no arranca a buscar quién ha matado a Rosie Larsen, y porque cuando creemos haber resuelto el caso, aparece de nuevo el misterio con una potencia todavía mayor, resituando la verdad que hemos encontrado en función de una verdad todavía oculta y mayor, que sería la única que saciaría nuestro anhelo de conocimiento y de justicia.

Por eso, a pesar de las pistas falsas que me han hecho seguir los guionistas, no me he sentido defraudado. Porque en el camino hecho he descubierto que lo que busca Sarah Linden no es sólo el asesino de Rosie Larsen sino algo más, algo por lo que se olvida de comer, de dormir, de cumplir las normas del buen policía e incluso de cuidar a su hijo. Busca algo que responda a su afecto marcado por los reformatorios, a su mirada hierática y ensimismada que parece sacada de un cuadro de Hooper, a su insaciable deseo de encerrar al culpable y de poderle decir a los Larsen que el asesino de su hija está entre rejas,… Y sólo encuentra una estela de misterio y la enigmática presencia de Rosie, que luce en los poéticos vídeos en super-8 que ella misma filmaba como el Ricky Fitts de American Beauty (Sam Mendes, 1999).

Lo dicho: nos ponemos a la cola a esperar la tercera temporada. Aunque ya sabemos quién mató a Rosie Larsen, nos queda tanto por descubrir, lentamente, con Sarah Linden…

Jorge Martínez Lucena

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