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Series TV: Death Note

En nuestro afán por orientar al público sobre los gustos e intereses de sus hijos buceamos en el ámbito del manga japonés que, cuando se pasa del cómic al dibujo animado, recibe el nombre de anime.

Esta semana analizamos una serie de televisión nipona, llamada Death Note (cuaderno de muerte), que está dirigida por Tetsuro Araki, que adaptó la novela gráfica ilustrada por Takeshi Obata y escrita por Tsugumi Oba en treinta y siete episodios.

La historia comienza cuando a un Shirigami, una especie de diablo propio del sintoísmo, suelta un cuaderno de muerte al mundo de los humanos. Esta libreta cae en manos de Kira, un brillante alumno de secundaria que, con la intención de convertirse en el regidor del mundo, lo utiliza para hacer el mal porque su poseedor terrenal tiene el terrible poder de matar a personas con tan sólo escribir su nombre. En un principio servirá para que vaya ejecutando a los peores delincuentes del planeta, con lo que se ganará el aplauso de algunos ciudadanos. El misterioso L será el encargado de desvelar como se producen los asesinatos, pues Kira es el único que conoce el secreto, que se esconde en ese objeto que está en sus manos.

El director consigue mantener la intriga hasta el último fotograma del último capítulo con el que finaliza este producto televisivo de alto componente adictivo, ya que cada entrega desvela tres o cuatro detalles de la trama, ofreciendo giros argumentales que te sorprenden, aunque seas un espectador experimentado.

Death Note quiere mostrar que el mal existe y que una serie de valientes y entregados policías junto a un cerebro como L son los únicos capaces de combatir a ese peligroso individuo con su inteligencia, pues tanto el héroe como su rival presentan una mente privilegiada para hacer el bien y el mal respectivamente.

La serie ha cautivado a miles de adolescentes de todo el mundo, y Tetsuro Araki da una gran lección, durante casi cuatro decenas de episodios de veinte minutos, del significado del suspense, sin llegar a irritar, a pesar de alargarse tanto en el tiempo.

Finalmente, su realizador invita a reflexionar sobre el peligro de jugar a ser dioses porque a la larga tiene sus consecuencias y a plantearnos si el fin justifica los medios. El personaje del super-agente (el bueno para que nos entendamos) es una muestra de  disponer el talento al servicio de la humanidad, arriesgando su propia vida.

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