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Series TV – En terapia: el espectador y su comunión en el dolor

La riqueza dramática de las teleseries contemporáneas está fuera de toda duda. Se ha dicho que vivimos en la edad dorada de la serialidad televisiva, y no faltan ejemplos para ilustrarlo. Uno de los más sorprendentes es el de En Terapia (2008-), un producto de televisión de pago que rompe con la modalidad habitual en HBO.

Para el que no se haya topado todavía con uno de sus mini-episodios de 25 minutos, diré que todo transcurre en torno a una consulta de terapia psicológica. De los cinco episodios semanales que tiene (cuatro en la tercera temporada), los cuatro primeros (tres en la tercera temporada) suceden en la consulta del Dr. Paul Weston (el gran Gabriel Byrne), mientras que en el último capítulo de la semana es el mismo Dr. Weston el que va a tratarse a la consulta de la Dra. Gina Toll (una espléndida y maternal Dianne West) o de la Dra. Adele Brouse, la gélida psicoterapeuta neoyorquina, que subtituye a Gina en la tercera temporada.

Uno puede pensar que algo así es más teatro que televisión. Sin embargo, si hacemos la prueba de ponernos uno de esto episodios nos daremos en seguida cuenta de que no hay nada más televisivo que el rodaje de esta teleserie. La prueba: baterías de planos y contraplanos, ballet de primeros planos que nos acercan a los rostros y que nos hacen introducirnos en la más doliente intimidad de los pacientes, algún travelling aislado,…

Pero no solo es pura televisión por las técnicas usadas, sino por su extraño parecido con los talk-shows y otras tendencias de la caja tonta cada vez más lista en los últimos tiempos. El éxito de programas como Gran Hermano, Supervivientes, etc. no hace más que señalar la consolidación de un cierto gusto por el exhibicionismo que se ha denominado eufemísticamente “hipervisibilidad posmoderna”. Algo que es capaz de generar neotribus en torno al fenómeno, por muy grotesco y chabacano que a algunos les pueda parecer. Algo que genera una suerte de comunión escópica entre los que se hacen adictos a este tipo de programas. Pues bien, estos mismos gustos de la audiencia se explotan en esta teleserie adaptada de israelí Be Tipul (2005-2008) de un modo elitista y exigente. El exhibicionismo que nos encontramos es delicado y espiritual. El panoptismo televisivo no es grosero. El guión no confunde nunca la autenticidad con la vulgaridad. Aunque el producto es lacerante y especialmente nihilista en la tercera temporada.

Cuando uno ve En Terapia se encuentra con las yagas psicológicas de los personajes, que no son más que un eco de las del hombre contemporáneo, muchas veces necesitado de un lugar donde soltar el lastre de sus miserias y su mal, a la espera de un perdón del que parecen haberse secado todas las fuentes con la secularización.

Transitando los sucesivos encuentros con los personajes, que cambian de temporada en temporada, pero que son los mismos semana tras semana, asistimos a los efectos de la complicación del mundo contemporánea en todos y cada uno de los que habitamos en él. Visionando los densos primeros planos de sus rostros contraídos por los miedos, las dudas, las ansiedades, las esperanzas, etc. , nos perdemos en el dédalo de problemas que enmaraña nuestra sociedad y nuestra cultura, y caemos en la cuenta de que a muchas cosas de las que nos acontecen no sabemos contestar más que con el silencio, o con una leve contracción mandibular, como le sucede al Dr. Weston, que no sabe ser asépticamente indiferente a las heridas sangrantes de sus pacientes.

Hay algo trágico que se impone viendo estos capítulos, aunque el encuentro con los personajes es inmensamente humano, porque su grito por el significado (incluido el del Dr. Weston) es algo que trasciende los discursos de bienestar y olvido tramados por la psicología. Por eso, a veces, tras ver estos mini-episodios, a veces me viene a la memoria la imagen de los turistas del norte de Europa mirando entre risitas atónitas a los que se confiesan en la catedral de Barcelona, como si fuesen gente pintoresca. Quizás lo son, pero lo que antes se le contaba al cura para ser perdonado, tras el desencanto del mundo, hoy vaga por las consultas de los psicoterapeutas a la espera de redención o por los platós de televisivos buscando el exorcismo de la mirada del público y la comunión en el dolor.

Verla es toda una experiencia: intensa y dramática, plagada de silencios. Aunque no es en primer lugar entretenimiento. Está especialmente indicado para quien busca en la televisión algo más que el olvido de sí. Queda dicho.

Jorge Martínez Lucena

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