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Series TV – The Americans: una familia de espías en plena guerra fría

La guerra fría pasó hace años. Ahora podemos recordar sus últimos años viendo The Americans (2013-), una teleserie norteamericana que nos transporta a aquellos años de nuestra mocedad tanto a través de la temática de espías soviéticos infiltrados en la sociedad estadounidense como en la estética del montaje, en los colores, en la calidad de la imagen,… No sé, hay algo en cada uno de sus episodios que ya sucedía en la reciente película El Topo (Thomas Alfredson, 2011) y que hace que uno, al verla, no se encuentre meramente con un drama de época, sino que se descubra visualmente transportado a aquellos días, convirtiéndose en un espectador sentado frente a un televisor Grundig o Telefunken.

Sin embargo, como es de ley en estos tiempos que corren, el género que frecuenta esta teleserie no es en absoluto puro. Tenemos otra vez pastiche. Tenemos espías mezclados con noir y con drama familiar. En un solo comprimido tenemos múltiples agentes nutritivos. Tenemos los giros y retruécanos argumentales tan típicos de los relatos de John Le Carré, aunque reduciendo el maniqueísmo anti-comunista al mínimo, algo sólo posible en una producción americana gracias a los aires posmodernos que respiramos, tan amigos del anti-heroísmo, tan post-todo. Tenemos trastienda de comisaria, aunque sea del FBI, y la vida de los espías despojada de todo efecto James Bond y traducida a vida corriente, al trabajo en una agencia de viajes, a disfraces cutres, a relaciones conflictivas con la burocracia y  con los superiores de los departamentos de inteligencia, a escuchas prehistóricas y a seducciones pedestres que cultivan la elipsis del desnudo como si rigiesen todavía las normas estéticas de los ochenta. Tenemos problemas matrimoniales y familiares, y el problema de la doble vida de los espías agudizado por las dobles vidas extramatrimoniales, en este caso conocidas y reconocidas por la pareja, que erosionan la intimidad, que convierten a secretarias en espías, a bellezas rusas en dobles agentes y a agentes y padres modélicos en descarriados y atormentados monigotes en busca de amor. Todo lo cual le hace a uno interrogarse sobre el calibre de los sacrificios por la patria, otro tema muy de hoy…

The Americans nos habla de un matrimonio con dos hijos: los Jennings: Elizabeth y Phillip. Ambos fueron entrenados en la Unión Soviética para pasar a convertirse en espías perfectamente integrados como ciudadanos corrientes de los Estados Unidos. Desde su vida cotidiana de clase media, distraen tiempo de sus jornadas laborales, de su vida como padres y de su sueño, para ir cumpliendo misiones por la madre Rusia. Para ello usan del disfraz, la cama, el asesinato, etc. y tratan de que esa continua esquizofrenia de la propia identidad no afecte a su matrimonio y a sus hijos, cosa que no logran conseguir más que muy dramáticamente.

Para más inri, un nuevo inquilino se ha mudado al vecindario, el agente Beeman del FBI, encargado de buscar a los ilegales, esto es, los míticos espías soviéticos infiltrados en la sociedad americana tiempo ha. Lo cual va a añadir más tensión dramática al asunto, puesto que va a nacer entre ellos una amistad que va a cabalgar en el estrecho filo que se cierne entre la verdad y la mentira.

Así, tenemos bajo el foco principal a dos familias amigas, que en lo íntimo están cada vez más cercanas, mientras que en lo profesional, aunque los Beeman no lo sepan, viven enfrentadas o incluso más: tienen como misión aniquilarse una a la otra. Es sobre esa telaraña de la familia que se construye todo el atractivo de esta teleserie que tiene vocación de alargarse como tantas otras sagas seriales que adornan la historia desde Bonanza (1959-1973) hasta Sons of Anarchy (2008-), pasando por Dallas (1978-1991), por Falcon Crest (1981-1990) o por Los Soprano (1999-2007), pues, como ya se ha dicho, la pasión de nuestro mundo por las teleseries tiene mucho que ver con esa trascendencia del boy meet girl del cine para adentrarse en los infinitos entresijos de la familia, que no caben en el metraje cinematográfico y que busca las amplias llanuras de la serialidad.

Como último detalle quiero destacar el papel de Keri Russell. No la veía conscientemente desde Felicity (1998-2002), aquella teleserie de adolescentes enamoradizos de J.J. Abrams, muy en la línea de Dawson Crece (1998-2003). Entonces creí que con aquellos bucles y aquella carita angelical no podría nunca ser una actriz seria y se vería rápidamente condenada a llorar su propio pasado. Me desdigo de aquellos pensamientos. El tiempo no siempre hace estragos. Se ha convertido en algo así como la nueva Michelle Pfeiffer, y está en plena maduración.

Sólo por ella, por Keri Rusell, por ver su actuación como Elizabeth Jennings, vale ya la pena dedicarle a esta teleserie las trece horas que de momento ocupa.

Jorge Martínez Lucena

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