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Black Mirror (5ª temporada)

¿Aligerando el peso de la angustia?

 Lo que ya sabemos de la paradigmática serie de televisión, Black Mirror (Channel 4, Zeppotron, 2011-2019) está claro: que las consecuencias de la integración de las tecnologías en la vida de las personas son catastróficas para su desarrollo personal. Se trata de una serie claramente ideológica y eficaz en la transmisión de su mensaje. Sin embargo, junto al pesimismo radical que presenta en sus argumentos y temáticas, la mini-serie ha señalado de forma secundaria que existe una necesidad urgente de encontrar una nueva racionalidad que sitúe a las personas de nuevo en el centro del interés por la vida lograda. Y aunque los temores por la tecnología han acompañado al hombre en los dos últimos siglos de la historia, la frustración por resolver los problemas que plantea el uso y desarrollo de la técnica también sigue estando vigente. Diremos que -argumentalmente- la vida de la gente ha cambiado, pero temáticamente no tanto. Por ello, y dejando fuera por ahora el filme Bandersnatch, resulta interesante ver qué argumentos no explorados con anterioridad cierran el ciclo de reflexiones sobre nuestro mundo, al menos, de momento.

 

En la quinta temporada de la mini-serie, Charlie Brooker y su equipo ofrecen tres capítulos de una hora aproximadamente, con los siguientes títulos, por este orden y en castellano: Striking Vipers, Añicos y Rachel, Jack y Ashley Too. En ellos se dibuja un mundo donde el horizonte de objetivos vitales y laborales está limitado por el placer (en sus formas más salvajes y dolientes), el ocio (en su relación con la vida convencional y las amistades), el culto al cuerpo (como modo de alimentar la sed de eternidad), la búsqueda de notoriedad y de fama (así como los fenómenos que generan a su alrededor, tales como el fandom, el márketing y la comunicación de masas) y la capitalización de las emociones. El final de la enumeración es cada vez menos novedoso. Pero no deja de ser una de las señas de identidad de las esclavitudes que padecemos pacífica y naturalmente. Por lo tanto, está bien continuar la conversación que inicia Brooker.

Los seguidores más puristas de la serie han manifestado su decepción anta la falta de novedad y “genialidad” de la nueva temporada. Y quizá no les falte razón en un punto: en que, en efecto, las nuevas historias son menos intrincadas y oscuras que las anteriores. Sumado a ello, hay que recordar que la serie está formalmente pensada para que cada capítulo sea un relato autónomo, con independencia de compartir la “temática de las pantallas”. Por tanto, ya es conocido que Black Mirror es un producto irregular en la calidad de sus capítulos. Encontramos desde historias mediocres hasta algunas memorables. A lo mejor se ha puesto de manifiesto ya no hay mucho más que describir sobre los comportamientos que potencia nuestra sociedad tecnológica. Sin embargo, en absoluto, atribuiríamos esa debilidad a una falta de valor e imaginación en Brooker, quien parece haber decidido no rizar más el rizo contra los deseos ansiosos de los adictos a la Black. Y de ahí que el primer argumento – el de Striking Vipers– haya suscitado una curiosa polémica, por su falta de atrevimiento, al desarrollar lisa y llanamente una historia sobre una experiencia de homosexualidad encubierta, que encuentra un cauce a través de un juego virtual: “Tío, aquí puedes hacer cosas que no puedes hacer fuera”, dice el personaje “femenino”. Esa realidad paralela de corte japonés a la que se entregan los dos personajes, hastiados en su realidad real, les ofrece un lugar para explorar donde no hay compromiso, ni dolor, ni desafíos: tan sólo placer y emociones fuertes. Por eso, el protagonista -incapaz de sentir pasión por su esposa- ante el reproche de ella, le jura que “no está pasando nada”, aunque en su mundo interior y la extensión de ese mundo que es el juego virtual, sí. Y su amigo corrobora esa opinión al decir que jugar a esas experiencias escondidas “no se trata de engañar, ni es real”. Sin embargo, ambos se sienten culpables porque, en realidad, lo que hacemos, decimos, pensamos y deseamos es real aunque sea malo. De algún modo, están implicados en ese mundo oculto.

En el caso de Añicos, se recuerda cómo lamentablemente alrededor de las tecnologías también afloran nuevas formas de criminalidad que se entremezclan con reivindicaciones más o menos justas e indignaciones neuróticas; en el caso del conductor de VTC, que juega a secuestrador, su motivación es directamente proporcional en excentricidad a la actitud calculadora y displicente de la empresa puesta en jaque. Ésta está “intentando” aparentar que salva a su empleado; pero, en realidad, salvo a la policía, a nadie más le importa realmente la persona secuestrada, sólo los daños colaterales contra la reputación de la empresa y a su jefe, que actúa en “modo dios” cuando le place.

Por último, llama la atención la premisa de Rachel, Jack y Ashley Too, por la introducción de Miley Cyrus, como una actriz simbólica en la serie, y de la robótica en el universo fandom. La admiración eufórica por los fenómenos de masas, es decir, por las estrellas creadas por el marketing, tiene un lado oscuro como también lo tiene la luna. En este caso, se trata de la impresión de confianza: el fan cree conocer al famoso mejor que a sus familiares, está en sintonía total con él, se abandonaría a él sin reparos, tan sólo porque lo ha visto “en la tele”. Eso parece darle derecho para acercarse a él; y por otro lado, el famoso está atrapado en su lado público, para bien y para mal. En ese sentido, la historia se desarrolla a través de dos tramas, la de dos niñas huérfanas de madre que expresan su dolor a través de distintos refugios, uno de ellos el de ser fan de Cyrus y la de Miley Cyrus, que vive una profunda depresión que contrasta con el personaje naif que le han creado y con el que muchos están ganando grandes sumas de dinero. Por muy tópicos que sean ambos temas, siguen siendo cuestiones que hacen a las personas sufrir y cuestionarse su vida. Merece la pena abordarlos. Otra cosa es la resolución.

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