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No todo protagonista es el héroe de la historia

Artículo de opinión

En 1971, comenzaba el ciclo fílmico de Harry el sucio (Dirty Harry, Siegel) que llegó a tener cinco entregas, todas ellas protagonizadas por Clint Eastwood (1930): la mencionada Dirty Harry, Magnum Force (1973), The Enforce (1976), Sudden Impact (1983) y The Dead Pool (1988). Con la aparición estelar de Harry Callahan, como el policía que se enfrentaría al caso del asesino del Zodiaco -que estaba basado en hechos reales-, se establecía un nuevo patrón para el protagonista: cabía que un policía fuera aún más peligroso, violento y sanguinario que el mismísimo criminal al que perseguía. La ley se teñía de violencia y eso parecía estar justificado. ¿Sería esto una igualación del héroe con el villano? ¿O simplemente una forma de hacer verosímil que el “héroe” podría vencer al monstruo? Visto con perspectiva y después de todo lo que ha llovido desde entonces, se ve que la respuesta de la verosimilitud no es suficiente. Este fenómeno de envilecer al protagonista, frente a la larga tradición de proponer un modelo en virtudes, más bien consolidó el escándalo: la posibilidad de que el villano se convirtiera en el protagonista de la historia. Aunque no es el único de los precedentes con el que se confirma la tendencia actual de que los protagonistas sean pseudosicópatas o psicópatas completos, Harry el sucio explica bien el tipo de simpatía que suscita el protagonista, pese a su crueldad. Esta inversión de las leyes del juego dramático ha tenido consecuencias reales para los paradigmas narrativos, pero puede tenerlas también para los culturales. Y no ha hecho más que empezar.

En series de ficción como Dexter, Hannibal, Luther, Lucifer, Sabrina o Alias Grace (por nombrar algunas activas en Netflix) hasta películas y series más blancas se familiariza demasiado al espectador con el concepto del “mal relativo” o se plantea la erótica del poder, bajo la excusa de internarnos en los infiernos de la corrupción (House of Cards), de la ambición (Breaking bad) o del narcotráfico (Narcos, Fariña). Resulta evidente que muchos de los creadores actuales buscan protagonistas perversos y malvados, en una época sin referentes morales. Esta singularización del psicópata causó un gran impacto con El silencio de los corderos. La mezcla entre la inocencia y la inteligencia del mal se ha convertido en una fórmula irresistible. El recurso al “pacto con el diablo” o el colaboracionismo con criminales también ha sido la base de la premisa de la serie Mindhunter, de la que ya hablé en esta sección.

En un grado menor, se advierte cómo ciertos protagonistas parecen estar por encima del Bien y del Mal, que es de lo que se trata en esta era de superhormbres. Y aunque no criminales, las transformaciones de clásicos como Sherlock Holmes en Sherlock y Elemantary o simplemente la incorporación de la excentricidad al carácter de un médico en el caso de House son indicadores de los cambios sociales y culturales que han venido y están por venir.

Qué importancia tiene para el público que el protagonista sea un psicokiller

La ley básica del guion dice que el espectador siempre empatiza en primer lugar con el protagonista de la historia, sea éste el que sea. Después de esta alianza, es prácticamente imposible desprenderse de la influencia que ejerce su ejemplo en las conductas, opiniones, actitudes y visión del mundo que trae consigo. Su impacto es real. Como se ve, no se trata de tener más o menos criterio para tomar distancia de lo que vemos, sino de no verse en esa coyuntura inevitable. Parece que Platón tenía razón al recomendar cautela y escritos decentes a los poetas (a los que no expulsara).

Por una razón psicológica y mimética, el espectador adopta la posición del primero de los personajes. A partir de ahí busca seguirle y comprenderle en sus decisiones y avatares durante el relato. Aunque el proceso de identificación también afecta al resto de los personajes de la historia, con los que se puede encontrar alguna similitud, la simpatía primordial que ofrece el protagonista es insuperable. Con independencia de la calidad de su acción, es decir, sea bueno o malo lo que hace, a efectos morales, la acción del protagonista queda blanqueada por el mero hecho de ser protagonista.

En ese sentido, recordarán la película alemana sobre los últimos días de Hitler en el sitio de Berlín. Pues bien, para evitar este nefasto e inevitable efecto narrativo con el personaje en cuestión y lograr el propósito de acercarse a la persona de Hitler, el director de El Hundmiento (Der Untergang, 2004), Oliver Hirschbiegel, adoptó el punto de vista de Traudl Junge, la secretaría personal del Fürher. Con esto proporcionaba una distancia defensiva al espectador y acercaba el foco al objetivo, sin arriesgarse demasiado a justificar la conducta de Hitler. No obstante, el riesgo de un acercamiento de estas dimensiones fue grande, pues la experiencia de la secretaria personal humanizó a Hitler: al parecer, la trataba bien.

Ted Dunty: el colmo de la perversión

Con los precedentes señalados, ya no escandaliza saber que Netflix, una plataforma que ofrece abundantes documentales y series sobre criminales y psicópatas, porque han visto que es plato de buen gusto, acaba de estrenar una película sobre el secuestrador y violador estadounidense Ted Bundy. A estas alturas ya no sorprende tal elección.

La historia lleva como título “Extremadamente cruel, malvado y perverso”, palabras con las que definió a Bundy uno de los policías que le conoció. Aunque en el año 2002, encontramos una película sobre la misma figura, la plataforma de distribución de vídeo se ha lanzado ahora al rescate de una historia de brutalidades y de desconcierto social (piensen que hubo una estela de mujeres que se hicieron fans de un asesino y violador). En primer lugar, lo ha hecho con una mini-serie documental (Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy) sentando así la base histórica y creando un universo de atracción fatal para los espectadores. En segundo lugar, Joe Berlinger, director de la mini-serie y de la película, se lanza a ficcionalizar la historia a través de la que fuera la novia de Bundy en el momento del juicio. La premisa es que Elizabeth Koepfer creyó en la inocencia de Bundy prácticamente hasta el final. En este punto, cabe preguntarse qué será lo siguiente. Puestos de moda los psicópotas y asesinos sólo cabe pensar en que alguien ha perdido la razón. Y también el corazón.

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