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Bodyguard

Con sólo una temporada de seis capítulos, Bodyguard se ha posicionado entre el público como una de las mejores series del año. La razones son varias. Pero veamos primero quién está detrás de este thriller político. Aparentemente son Netflix y BBC, dos marcas reconocidas, dos distribuidoras, dos plataformas y dos productoras potentes en el mercado audiovisual. Pero, en realidad, como suele suceder cuando se busca el origen de la calidad de una historia, el genio de la escritura que se esconde tras la brillante premisa de esta producción es Jed Mercurio, creador y showrunner de la serie. Mercurio tiene fama de meticuloso en su forma de contar historias; sus personajes se retratan fácilmente en pocos rasgos, pero muy significativos. De ahí que su trabajo de recreación se concentre más en la acción. Quizá estos talentos para la observación y caracterización le vengan de su formación inicial como médico: ser “un anatomista” del alma humana. Pues, ejerciendo todavía como médico en un hospital de Glasgow, escribió Cardiac Arrest. Eso es tomar el pulso a la vida real.

 

En Bodyguard, el actor Richard Madden encarna a David Budd, un ex-militar de la guerra de Afganistán, que atraviesa una crisis matrimonial probablemente desencadenada por un persistente estrés postraumático. Tras demostrar su habilidad y pericia como negociador durante el trance de una amenaza terrorista, cuando viajaba en tren como civil, se le ofrece un puesto de alta seguridad como escolta de la Ministra de Interior del Gobierno británico, Julia Montague, interpretada por la actriz Keely Hawes. Gran parte de la conflictividad de esta historia se centra en la encrucijada en la que vive el agente David Budd: su dilema existencial es que se opone al intervencionismo militar y, sin embargo, como escolta, ha de proteger precisamente a la Ministra que ordenó las maniobras y operaciones militares británicas en las que se vio involucrado como soldado. Esta dialéctica que afecta personalmente a la conciencia de Budd resume el contexto de oposiciones, intereses y estrategias que definen los movimientos oscuros y desconcertantes de las instituciones políticas que conforman el status quo de la política. De ellas surgen las tramas de esta serie. Pero no sólo. Pues como comprobará el espectador, gracias a los puntos de giro inesperados en la trama, una de las ideas madre de la historia se sustenta en un pensamiento clásico en política: que el individuo desintegrado puede superar la calidad moral de los organismos públicos, maquinarias viciadas por la corrupción o ahogadas por los procedimientos.

 

Está clara la superioridad de un buen guion en esta historia, por lo elaborado de la trama, la inteligencia de los diálogos y la capacidad de sorprender una y otra vez, aunque la producción contribuye a dar verosimilitud al relato. La dirección ha sabido conjugar bien un equilibrio suficiente entre disponer de abundantes medios visuales y materiales, como es el caso, y la austeridad propia de la estética de la tele británica, con ese aspecto gris, elegante y sobrio que tanto la caracteriza frente a la apariencia espectacular y luminosa de la estadounidense. Respecto a uno de los grandes temas tratados en la serie, el terrorismo, llama la atención cómo el enfoque combina un par de ideas “básicas”: cómo los políticos grosso modo sacan partido de las decisiones que ponen en riesgo a la ciudadanía sin importarles necesariamente sus vidas y desvían con ello la atención sobre el problema real del terrorismo islámico; y cómo el posibilismo -una forma encubierta de cobardía- compra las voluntades de las personas conduciéndolas a conductas y auto-justificaciones inmorales, simplemente porque se trata de “negocios, nada personal”, en lo pequeño y, por lo tanto, en lo grande. Por otra parte, la crítica mediática ha comentado largamente el papel que ocupan las mujeres en los papeles de esta serie, ponderando en especial que ocupan altos cargos. Sin embargo, lo que más se subraya en la historia es la corrupción a la que pueden someter sus corazones asumiendo puestos difíciles, si olvidan su especialísimo modo de ver el mundo, de cuidarlo y de dominarlo: con ello ponen en riesgo su integridad sin ninguna necesidad y de manera patética. Se trata de una reflexión inesperada que emerge en la serie a la vez que nos cautiva con una historia de suma actualidad.

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