La fatídica noche del 26 de febrero 1986 ocurrió una de las negligencias más atroces y recordadas de la historia europea y mundial. A la 01:24, 40-60 segundos después de haber iniciado una peligrosa prueba en las que se que quitaron todas las barras de control de la parte activa del reactor, tuvieron lugar dos grandes explosiones. Las investigaciones futuras determinaron una serie de errores en la central, como que los sistemas de seguridad estaban
apagados o algunos incluso fuera de servicio en el momento de la explosión inicial. Tras las dos explosiones, un hongo se levantó sobre el cielo de la pequeña ciudad de Ucrania, provocando
una lluvia radiactiva que contaminó a cada habitante de la ciudad de Chernóbil. Las consecuencias futuras afectarían no solo a los ciudadanos, también a los que estaban por venir: niños que nacieron con deformidades o dolencias de todo tipo, debido a la radiación emitida por la explosión. Pese a los nefastos resultados, la censura burocrática del sistema soviético acalló las voces y el suceso se vio enterrado, limitándose a explicar mecánicamente la
secuencia de errores humanos mediante documentales que no arrojaban ninguna luz sobre el caso.
Craig Mazin, hasta la fecha, es la persona que más luz ha arrojado sobre el caso en esta más que notable serie, que se convierte en un documento histórico de investigación sobresaliente.
Mazin venía de escribir exitosas comedias y, en un giro que demuestra su versatilidad como creador, se metió en la concepción de una serie de auténtico terror: el horror más puro de Chernobyl es el de mostrar la incompetencia humana de querer domar la fuerza destructiva más absoluta. Llena de elipsis, nada gratuita y con una realización inteligente, consentida y respetuosa con las víctimas. Tiene en común con On The Beach (1960) de Stanley Kramer el presentar la rutina de los personajes preparándose para lo inevitable de una forma triste y perturbadora, anquilosando la dura tragedia que está a punto de suceder.
La hipnótica fotografía es como un Hiroshima Mon Amour (1959), con todo ese tono
semidocumental con impresionantes imágenes de la masacre que hiela la piel. Una recreación realista, convincente, donde se subraya la heroicidad de los personajes anónimos como los bomberos que salvaron cientos de vidas, enfrentados al peligro invisible que es la radiación. Y es que lo que podría haber sido una entretenida serie sobre el pánico nucler al estilo Panic In Year Zero! (1962), la serie se acaba transformando en una especie de ¿Vencedores o vencidos?
(1961) aderezado con la visión crítica de Peter Watkins y su The War Game (1965): despiadada, mostrando el infierno humano sin edulcorantes, el abismo que se acaba de abrir ante el mundo.
Durante años, los responsables han escurrido el bulto y el incidente de Chernóbil se convirtió en un fenómeno mediático, como quien visita el monumento en honor a las víctimas del Holocausto para sacarse fotos que subir a las redes sociales. La serie se compone como una respuesta al sensacionalismo beligerante que tanto reina en nuestro mundo actual: ante la violencia gratuita y los golpes de efecto, Chernobyl se arma como una serie contra todos los
que buscaban morbo y explicitud. El drama y el terror se anteponen para mostrar la cara más valiente, sacrificada y dura del ser humano; también la más incompetente y avara. Todo esto
mediante la narración desde distintos puntos de vista, lenta pero inexorable e inmisericorde.
El reparto de la serie está a un nivel muy superior al que uno se acostumbra en la actualidad, pero sería una irresponsabilidad no señalar la brillante actuación de su trio principal: Jared Harris, Stellan Skarsgard y Emily Watson. Hasta la fecha, todas las series que ha hecho Jared Harris llevan una marca clara de calidad actoral, brillante, comedido pero con una rabia y pánico latente en todo momento. Stellan Skarsgard, como siempre correcto y Emily Watson escalofriante en su personaje.
En resumen: una serie dura, cruda, pero respetuosa con los hechos y con las víctimas. Un retrato humano que ensalza el valor del individuo y recalca la estupidez de la negación a ver la
realidad. Es lenta, pero el tiempo dedicado a ella vale la pena.
Graduado en Comunicación Audiovisual y en proceso de finalizar los estudios en el grado de Periodismo en la Universidad CEU San Pablo. Ejerció como redactor para 13TV en el programa El cine de 13, autor de varios cortos y del libro El carpetovetónico cavilador Pascual Ungría. Crítico para Pantalla 90 desde el 2016.