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Cristal Oscuro: La era de la resistencia

Glass, la tercera pieza que cierra la trilogía heroica de M. Night Shyamalan, fue una cinta poco comprendida; incluso maltratada. Como es costumbre en su director, su campaña de marketing nos engañó, haciéndonos ser testigos de una película muy diferente de la que prometían sus teasers y trailers. Y aunque de estas cosas nunca hay que fiarse, nuestras expectativas se elevaron a cotas babilónicas y nuestro interés por ver aquello que se nos había prometido era alto. En aquella película, no hubo titánicas luchas del bien y el mal; tampoco un sacrificado esfuerzo por salvar al mundo de fuerzas malignas; ni si quiera un leve soplo que nos recuerde al modelo de cine de superhéroes actual. En realidad, lo que vimos en aquella Glass era un despiadado auxilio; una llamada de atención desesperada y llena de rabia: el cine fantástico está muriendo, estamos dejando que los intereses del capital se impongan a la fuerza de la imaginación. En definitiva, estamos perdiendo nuestra capacidad de ser infantiles, en el buen sentido de la palabra, claro: la curiosidad, el miedo a lo desconocido, las ganas de descubrir lo que hay más allá cual Magallanes y su tripulación navegando hacia los desconocidos mares del sur.

Jim Henson fue una de las personas más infantiles que jamás haya habido en la historia del audiovisual: sabía cómo atrapar la atención, hasta cuándo mantenerla en vilo; sabía cómo asustarnos, hacernos reír, llorar, emocionarnos… Su carrera en el cine, a pesar de no haber sido muy extensa, ha dejado una huella imborrable: desde los especiales de The Muppets, hasta dos de las joyas más memorables que el cine fantástico ha engendrado. Dentro de laberinto fue una película con la que muchos tuvimos nuestras primeras pesadillas, y con la que conocimos a nuestro primer amor en forma de Jennifer Connelly. Un amor puro, virginal, infantil. Con Cristal Oscuro nos iniciamos en la literatura de Tolkien, C. S. Lewis…; empezamos a enamorarnos del cine de fantasía medieval, de sus brujas, de sus trolls, de sus poderosos hechiceros, de la dama en apuros que nunca desfallece en su valor y lucha con las mismas agallas que cualquier valeroso guerrero, del valiente rey que lucha por su reino apesadumbrado por las fuerzas oscuras… Nos enamoramos del cine. Por ello, de una película tan especial, el temor de una secuela, un spin off, un remake o lo que fuera asustaba. Porque hoy vivimos en la era del refrito, y como todos los alimentos refritos, un exceso de su consumo tapona las arterias y provoca infartos. El miedo era grande: había mucho que perder y poco que ganar. Pero, como en todo en la vida, la sorpresa se impuso cuanto más grande eran las exceptivas de decepción.

Cristal Oscuro: La era de la resistencia se plantea como una precuela de aquella historia en la que el único superviviente de los Gelfings tiene la misión de hacer resurgir el poder del Cristal Oscuro. Más allá de su impresionante realización, plagados de viejos trucos de antaño como los mattes, las marionetas, las miniaturas, los trucos ópticos, combinados con los últimos avances en CGI y efectos FX, la serie es un bello manifiesto. Su intrincada trama llena de nombres, sus bellos paisajes y su mágica ambientación son una mera excusa para hacer resurgir las ganas de luchar por una imaginación robusta e infantil. En una era donde las series sobre adolescentes, más cercanas a la ciencia ficción que la presente serie, saturan con sus excesos y las ganas de “provocar”, se hace más urgente que nunca la presencia de un agente que rompa con toda esta tendencia. Una fuerza que rompa de una vez por todas la monótona y mimética pereza de buscar algo nuevo: se debe recuperar nuestras ganas de sorprender y ser sorprendidos; esa bella confianza de dejarse llevar, de fiarse de un producto que solo quiere que te sumerjas en su mundo.

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