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El asesino improbable

Crítica

Público recomendado: +16

Que una película esté basada en hechos reales puede ser beneficioso. En el caso de las series de ficción, pese a la complejidad narrativa de un buen guion, contar con un caso real como base para una dramatización puede ser una garantía de éxito. La temporalidad episódica no solo permite desarrollar con cuidado y detalle grandes acontecimientos, sino mostrar los recovecos del alma ficticia de los personajes. En la mayoría de los casos, el riesgo es convertir la ficcionalización en “el relato” histórico autorizado. Eso sucede con independencia del uso que se hace de la imaginación para proyectar historias, el nefasto falseamiento de los hechos o las licencias dramáticas. Por eso, además de una ventaja, la adaptación comporta un claro riesgo. Y, más aún cuando ese hecho real está documentado en un libro. Adaptar siempre ha dado alas al cine. En este caso, la labor previa de investigación documental y organización narrativa la realizó el periodista Thomas Petterson. En su trabajo El hombre improbable: el hombre de Skandia y el asesinato de Olof Palme aventura una hipótesis sobre el presunto autor del asesinato del primer ministro sueco, Olof Palme, sucedido el 28 de febrero de 1986. Como conjetura, la historia de Petterson no solo es válida, sino que abre posibilidades de revisión de un crimen sin resolver que convulsionó al mundo entero. Sin embrago, en el momento en el que la historia ha pasado a formar parte del universo audiovisual, la cosa ha cogido otro cariz más rotundo y oscuro, como se verá, a juzgar por la repercusión pública que ha tenido la miniserie.

Bajo la distribución de Netflix, los directores de esta miniserie mitad thriller mitad crime fiction, Charlotte Brändström y Simon Kaijser, proponen algo más que una conjetura. Durante los cinco episodios de unos 45 minutos cada uno que dura la miniserie de ficción aproximadamente se hace un relato poderoso, de calidad y bien producido acerca de la probable criminalidad del empleado de una compañía de seguros, Stig Engström, en el caso de Palme. Engström, ya fallecido e impotente para cualquier posible autodefensa, es el protagonista encausado en la miniserie. No obstante, el punto climático no reside en la averiguación o en la demostración de su culpabilidad. Más bien se sustenta sobre la historia-ficción: el apasionante tejido urdido por Engström con tretas ingenuas, maneras torpes y una capacidad muy grande de generar patetismo para eludir una presunta acusación y ser a la par el centro de todas las miradas. Ni que decir tiene que la elección de los actores ha sido decisiva. Por mencionar dos muy relevantes, desde Robert Gustafsson en el papel de Engström hasta la de Peter Andersson como Arne Irvell, el casi jubilado detective con olfato, la seriedad y gravedad que dan a la interpretación hacen muy creíble la miniserie. En el contrapunto a un veterano detective al que la experiencia le hace ver y decir lo que nadie quiere aceptar (la evidencia), se encuentra el político que quiere también atraer las miradas sofisticando la operación.

El argumento es doble. Como se ha mencionado, se centra en explicar con diversas hipótesis cómo Engström debía ser el sospechoso “perfecto”, y en segundo lugar, participar activamente en la sobreexposición policial y mediática de Engström, obsesionado por estar en el centro de la tormenta. Huir y volver una y otra vez sobre sus pasos. Las razones son varias. En la miniserie se apunta a lo poco verosímil de su perfil como criminal al uso –en este punto, ayuda mucho el desarrollo de la trama menor de investigación periodística; a su aspecto y vida irrelevantes; y a las suposiciones de que detrás del asesinato de Olof Palme hubiera una conspiración política de alcance internacional. Frente a ello, se presentaba un pobre hombre, tembloroso, ávido de la atención de los medios y singular en su comportamiento.

Respecto a la miniserie, la acción está dividida en cinco grandes etapas, con una estructura cronológica que recurre el flashback cuando el clímax afecta a la acción del crimen, según qué personaje esté implicado. De este modo, el espectador no siente que se pierda, pese a que las “ideas y venidas” de la historia estén muy cercanas en el tiempo. Más bien, se sitúa en el punto de vista de las piezas que conducen a la culpabilidad no confesada de Engström. Resulta un acierto el manejo del tiempo dramático en un ciclo que empieza con la búsqueda de popularidad de Engström, cuando se le ignoraba en el lugar de los hechos y termina con su declive personal. Es precisamente la rotundidad de la recreación fidedigna y la verosimilitud de esa versión las que han propiciado las denuncias a Netflix por difamación contra la persona de Ensgtröm. Y es que una vez que la ficción se hace con una historia, print the legend.

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