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Fosse/Verdon

Bob Fosse es una de las personalidades más emblemáticas y peculiares de la historia del cine.
Actor, bailarín, coreógrafo; sus primeros pinitos en el cine los hizo de la mano de Stanley
Donen y Vincente Minnelli, de los que se empapó para dar su gran salto al mundo de la
dirección. El cine musical, al contrario de lo que se piensa, es un mundo de una complejidad
importante en el que se tienen que combinar muchos factores: el canto, la danza, los
movimientos de cámara, la actuación ligada a la personalidad principal de la película… Eso sin
contar los posteriores dolores de cabeza en la sala de montaje, los efectos de sonido, la
postproducción en general. Un musical debe sonar como un todo armónico, un reloj suizo
donde todas las piezas están en su sitio y donde, si falla un único componente, todo se va al
garete. Dos ejemplos: la poderosa adaptación de Tom Hooper, Los miserables que con un
poderío visual asombroso, unos números musicales trabajados y unas actuaciones
excepcionales, que se enmarca dentro de los que es un musical poderoso; por otro lado, El
gran Showman, de brillante comienzo pero donde todo va cuesta abajo y acaba por ser un
monótono retruécano de otros musicales mejores.

Bob Fosse, al igual que Minnelli y Donen, era un perfeccionista sin igual: un adicto al trabajo
constante, cuyo flirteo con el alcohol y las drogas para lidiar con la depresión y su fama de
mujeriego componen una imagen absorbente de un ser dedicado a si mismo. Pero detrás del
gran hombre, también había una gran mujer: Gwen Verdon, bailarina, amante, esposa y socia
fundamental de Fosse en sus producciones. Y esto es lo que nos propone la nueva serie de FX,
Fosse/Verdon: una visión distinta del genio, a los ojos de su mujer; el precio de la genialidad,
encubierta de fama y glamur que esconde un lado oscuro y sobrio; la parte de la historia que
no hemos querido ver. En estos tiempos del cuestionable movimiento #MeToo, la presente
serie se propone como reto para espectador, algo distinto que se sale de la norma de la típica
fórmula “la persona detrás del genio”. El exceso moralizante de muchas obras acaban por
destruir el espíritu de la misma, de no dar al espectador la posibilidad que sea él mismo el que
valore y juzgue las acciones de los protagonistas. Aquí, la figura puesta en juicio es Bob Fosse y
la figura rescatada del olvido es Gwen Verdon; aun con todo, la forma en la que se valoran a
estos personajes es con un respeto formidable. Aquí está el auténtico valor de la serie.
No es fácil rescatar figuras emblemáticas y elaborar “biopics” sobre ellas: en muchos casos, se
esconden los detalles más oscuros de la persona; en otros, se maquilla en exceso y la obra
acaba siendo una lavado de imagen de la personalidad (Mercury se merecía algo mejor que el
teatrillo de Bryan Singer). Esta serie no tiene edulcorantes, no es sencilla de ver, es dura y
destila una rabia incontenida hacía el presente: la relación tóxica del director y coreógrafo con
la bailarían es un exponente real sobre los excesos de mundo de la fama, sobre la importancia
de la igualdad en el cine, sobre la locura incontenida de la industria del espectáculo de querer
maquillar el mundo con tono alegre y un final “made in Hollywood”.

En otros aspectos, la serie posee una riqueza visual a la altura de las circunstancias: Bob Fosse
era un auténtico maestro generando climas y atmósferas musicales, por lo que la serie debía
mantener cierto estatus para tratar la figura del director. En cuanto a actuaciones, podríamos
estar hablando de dos de las mejores interpretaciones del año: Sam Rockwell, de nuevo,
demuestra que aquel merecido Oscar por Tres anuncios a las afueras, no fue ningún regalo;
Michelle Williams está por encima de todo, incluso por encima del propio Rockwell. Su
entregada interpretación compone un ejemplar retrato de una Verdon sacrificada, humillada;
una guerrera que no obtuvo el reconocimiento que merecía. Williams es posiblemente una de
las actrices más infravaloradas del momento y que más nos gustaría ver en pantalla.

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