No estamos en tiempos de grandes temas sino más bien en un momento donde las historias individuales, los relatos mínimos, aspiran a ser reconocidas como referente. Un actor en declive (mejor película y mejor director: “Birdman” y González Iñárritu), una profesora enfrentada al Altzeimer (Julianne Moore, mejor actriz principal en Still Alice), un científico famoso imposibilitado (Eddie Redmayne, mejor actor, en “La teoría del todo”), una novicia ante su pasado (“Ida”, mejor película), un robot bondadoso y compasivo (“Big Hero 6”), el modelo de hospitalidad y cortesía de un conserje de hotel (cuatro Oscars técnicos de “Gran Hotel Budapest”) o la historia real de Edward Snowden, el espía que surgió del frío de la vigilancia digital (“Citizenfour” premio al mejor documental).
Triunfo para el cine mexicano de González Iñárritu en con “Birdman”, la historia de un actor sumergido en una crisis de post-éxito, donde el personaje termina confundiéndose con la persona. Con una realización arriesgada, en base a planos secuencia, Iñárritu siempre interesado en fábulas sobre crisis de identidad, nos presenta este aviso para navegantes de la realidad virtual. Donde el viejo “prosopon”, el hombre de la máscara, sine buscando entre el humor y la locura su deseo de amar y ser amado.
Sorprende que la historia de una novicia “Ida” del polaco Pawel Pawlikowski haya llegado tan alto en estos tiempos. Una historia de componente espiritual en la marca de salida. Una joven monja que tiene dudas de su vocación y cuya comunidad le invita a volver a la vida para contrastarse con su pasado y su interior. Para esta vuelta a los fundamentos le acompaña su tía, una juez comunista en crisis de naufragio. La pérdida de la inocencia original le descubre su pasado de dolor y muerte. Las experiencias básicas de amistad y sexualidad le dejan vacía. El ambiente fuera del convento más que abrir su búsqueda le asfixia. Y en el fondo, emerge la búsqueda del camino espiritual. Toda una parábola sobre la crisis de identidad social de la zona postcomunista, donde los fundamentos espirituales están al comienzo y al final.
Las dos películas de actores son igualmente interesantes. Cuando Alice, estupenda Julianne Moore, comienza a tener problemas de memoria, el mundo feliz de esta profesora reconocida internacionalmente se tambalea. Pero decide afrontar la enfermedad y la experiencia de culpa de la posible transmisión a sus hijos. Será la hija Lydia, la que en una experiencia de amor filial, acompañará a su madre reconociéndola como quien fue aunque parezca haberse ido. Toda una llamada a la recuperación del amor fundante. Sugerente también, aunque más comercial, “La teoría del todo”, con el merecido premio de Eddie Redmayne que interpretando a Stephen Hawking, acierta a dar a su rostro la expresión de todo el personaje. Una historia de amor verdaderamente humana donde el ateísmo del científico se encuentra con la sostenedora espiritualidad de la esposa que le cuida y a la que se debe el libro que inspira el guion. Donde hay un amor que intenta sobrepasar las limitaciones. La fuerza espiritual de Jane será el contrapunto a la constancia en la lucha de físico discapacitado. Y a pesar de fracaso matrimonial se insiste en la fidelidad a la experiencia de amor. Quizás más hagiográfica que real al menos presenta buenas intenciones.
Se ha denunciado con razón un palmarés unicolor en género y raza, demasiado masculino y blanco. “Selma” la muy elocuente historia de Martin Luther King Jr. donde se presenta de forma convincente la no violencia, sustentada en clave cristiana, como alternativa al cambio social, y que ha recibido la estatuilla de consolación a la mejor canción original “Glory”. Tampoco ha sido muchas la mujeres señaladas, cabe destacar a la directora Laura Poitras que con “Citizenfour” se ha llevado el premio al mejor documental. Una denuncia a la vigilancia digital de las agencias de inteligencia que destruye la intimidad y lleva al mayor control nunca imaginado por los regímenes dictatoriales. De los estados a las empresas, el individuo queda sometido al control total de su vida en aras a la seguridad y el consumo.
Entre las candidatas menos agraciadas con estatuillas resaltar “Boyhood” que con un cine más europeo que de Hollywood, ha realizado el maestro Richard Linklater, donde cuenta la larga adolescencia de un chico para el que las figuras paternas y maternas se van desdibujando y donde a pesar de todo va creciendo en sabiduría en medio de la improvisación. A pesar de todo ha contado con el Oscar a la mejor actriz secundaria para Patricia Arquette en el personaje de Olivia, la madre de Mason, el joven protagonista Y también hay qye resaltar esa oda a la amabilidad como recurso de humanidad que es “Gran Hotel Bucarest” que obtuvo los premios Banda Sonora original, Diseño de producción, Vestuario y Maquillaje.
Más olvidadas quedaron películas como la intercultural e interreligiosa “Timbuktú” de Sissako o el documental de Wenders “La sal de la tierra” sobre el sentido de la imagen como denuncia.
En definitiva, más que grandes producciones algo de cine de autor, el cine latinoamericano se hace un lugar, y los grandes temas pasan por la parábola de las historias individuales. Desde el punto de vista espiritual la búsqueda permanece incluso de forma significativa. La cuestiones de fondo de la crisis de sentido e identidad o la superación de los límites y fracasos se imponen sobre las luchas cósmicas del bien contra el mal o los grandes modelos. Tiempo de relatos mínimos para abrir alguna brecha en la oscuridad.
Peio Sánchez
Pertenezco a las comunidades Adsis. Soy sacerdote y profesor de teología. Me especialicé en Ciencias de la Educación (Educación Audiovisual) en la Universidad Pontificia de Salamanca e hice el doctorado en Teología Dogmática en la Salesiana de Roma. Doy clases de Antropología Teológica en el Instituto de Ciencias Religiosas “Don Bosco”, El ISCREB y en la Facultad de Teología de Catalunya. Dirijo de Departamento de Cine del Arzobispado de Barcelona y la Semana del Cine Espiritual. Me han pedido que colabore con SIGNIS-España de la que soy vicepresidente. Y para el final lo mejor, soy párroco en un barrio muy sencillo de Barcelona que se llama el Carmelo.
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