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La tierra según Philomena Cunk

Crítica 

Público recomendado: +18

En esta ocasión, se trata de una miniserie grabada en falso documental (mockumentary, en inglés). La cabeza pensante y aguda que está detrás es nada más y nada menos que la de Charlie Brooker, creador de la inquietante serie distópica Black Mirror. Eso es ya decir algo sobre el tono y el enfoque escogidos para esta sátira con aires de realidad de la BBC. Ha pasado a Netflix, que la ha acogido con mucho interés, dado el creciente éxito de su protagonista, la actriz británica Diane Morgan. Seguro que la recordarán por interpretar el papel de Kaft (una periodista local, solterona y maniática, sin tirón para los hombres) en After Life (2019-2022), la serie de Ricky Gervais, también visible en la plataforma mencionada. Aunque es muy dudoso que “la Morgan” actúe, pues parece dejarse llevar por el “estilo BBC de presentar documentales”, Diane interpreta a un personaje: el de Philomena Cunk. Y ahí está la gracia del programa. Esta tal Philomena es un personaje ingenuo, impertinente, ignorante y, en ocasiones, superficial que va relatando la historia de la civilización humana desde su visión personal. Haciéndose, a veces, “la graciosa” o simplemente con aparente naturalidad, va guiando al espectador a través de sus planteamientos absurdos, sus preguntas desconcertantes y una interpretación escéptica y un pelín políticamente correcta de la Historia del ser humano. Si no se cuenta con conocimientos previos, cuesta distinguir entre qué es verdad y qué mentira dentro de los cinco episodios en los que se despliega la serie: (1) “En los principios”; (2) “Cara a cara con la fe”; (3) “El renacimiento no será televisado”; (4) “La rebelión de las máquinas” y (5) “¿La(s) guerra(s) de los mundos?”. En cada uno de ellos sigue la cronología temporal, saltando en ocasiones de Europa a América o Asia. Pero, en cualquier caso, de hecho, más allá de la selección de los acontecimientos y las figuras ilustres, lo que interesa parece ser otra cosa, como la deconstrucción del conocimiento. Parece que el mero hecho de poner en jaque cualquier atisbo de grandeza o acierto en lo que hicieron nuestros antepasados es materia de sospecha y no motivo para buscar la verdad. Ese aire de desinterés por la verdad es por cierto muy posmoderno.

Al igual que sucede en los documentales serios, Cunk se rodea de expertos. Los acorrala con cuestiones irrelevantes dichas con seriedad o banaliza las importantes para desmantelar las áreas del saber de esos profesores. Entrevista a numerosos académicos, sobre todo, de Oxford, Cambridge, Londres- que parecen escogidos para la ocasión en un casting que buscara la extravagancia, la seriedad, la inteligencia, el saber, la tradición…Etc.-. El juego o pacto consiste en que Philomena les haga preguntas peregrinas por los grandes temas de la Historia humana. Esto les provoca desconcierto, dentro de un tono siempre educado e inteligente, lo cual demuestra la honrosa dignidad de estos académicos. (No todo está perdido en Occidente). Sin embargo, la irreverencia y la caída constante en topicazos por parte de la Cunk, más allá de levantar alguna sonrisa o carcajada, deja un regusto ácido. Pues entre risa y risa, la civilización occidental se va deteriorando a golpe de ironía, desprecio, incomprensión o sencillamente desinterés. Antes que crítico, el programa es lentamente corrosivo cuando no es cómico u ordinario.

Por supuesto, está lujosamente producido: la monumental Roma, la nostálgica Atenas, la encandiladora México, etc.; goza de patrocinios explícitos con cuñas publicitarias intercaladas sin pudor alguno dentro del propio argumento. Y la miniserie se ríe y mucho, juntando la chabacanería más actual sobre temas como el famoseo, las celebridades, la música pop, con la élite intelectual de las universidades británicas, demostrando cómo los logros de la civilización occidental esencialmente han tomado una deriva reprobable; cuando no, simplemente no pueden compararse con el “Pump Up the Jam” de la banda belga Technotronic. Ahora bien, el sesgo está claro: todo parece haber nacido en las Islas, en Plymouth y poco más. La escasa o nula mención a los aportes españoles a la civilización de América es un signo, entre otros, de que quien domina el relato domina el mundo. Y todos le creen.

Merece la pena echarle un vistazo o dos a esta sátira: pues además de divertida, la idea que hay de fondo, muy presente hoy en el discurso público, sirve de advertencia: destrucción (¿discursiva?) de todo lo que hemos sido y somos, como si la nada que llegará después trajera consigo la felicidad.

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