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Los Durrell

Crítica

Público recomendado: +12

“Sé que estamos en Grecia, pero tendrá que hablar en mi idioma”, espeta Leslie, airado a un autóctono de la isla de Corfú, en unos de los episodios de la primera temporada de la serie. Esa insolencia define bien el modo que tienen los británicos de “adaptarse” en los lugares que habitan. Esta es serie tiene claramente el sello, la fractura y el aroma “british” en su versión más actual. Tratándose de cuatro temporadas de entre 6 y 8 episodios (tan solo la tercera) de 46 minutos de duración por capítulo, es posible hacerse fácilmente a la idea de qué hay en el corazón de un inglés cuando abandona sus frías y grises tierras en busca del sol que da vida.

Basada en la Trilogía de Corfú, del zoólogo y naturalista británico, Gerald Durrell, esta serie es la recreación de una ensoñación infantil, nostálgicamente labrada con los tópicos encantadores del universo british antes de convertirse en tópicos. La componente autobiográfica está sugerida desde el inicio, pues la historia no se desvía demasiado de los hechos, aunque sí recompone narrativamente su cronología haciéndolos saltar de vez en cuando del lugar que ocupan en los libros. En ellos, el joven Gerald Durrell hace crónicas de su vida durante el periodo que vivió con su familia en Corfú. Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses constituyen la fuente de esta hermosa adaptación al mundo de las series, que ha salido honrosamente bien parado de su producción. El producto es una pieza que recuerda en el estilo a aquella vieja gloria de Retorno a Brideshead, no solo por las coincidencias en el estilo y los paisajes humanos que describe, sino por el modo en el que se plantea la estructura narrativa.

Por otra parte, también se percibe el esfuerzo creativo por incorporar el humor en los diálogos, la precisión valorativa de sus descripciones y la extravagancia que hacen genuinos los relatos de Durrell. Sin embargo, la cultura actual aparece como una barrera sutil para alcanzar la soltura, la libertad y la autenticidad de esos años 30, en los que transcurre la acción. En ese sentido, la impostura –como siempre- demuestra que todo es fingido, todo, menos los hermosos paisajes de Grecia, donde se ha grabado la serie. De la voz del narrador se prescinde, detalle que mueve el protagonismo de la historia del benjamín a la madre, siempre en el foco de la acción, para dar paso a un estilo directo y en forma de retrato. La serie muestra, no obstante, varias virtudes en su conjunto. Por ejemplo, son destacables el guion, por su ritmo y elegancia y la producción, por lo cuidada y exquisita que es. También en el apartado de la fotografía, la imagen aporta un brillo relajante y confortable, tanto como la interpretación donde la serie gana en mucha calidad: los actores, con la discreta, pero brillante Keely Hawes a la cabeza, además de bien escogidos, aportan carisma a sus papeles disponiendo las escenas en cuadros teatrales magistralmente dirigidos. Téngase en cuenta que Gerald Durrell, el pequeño de los cuatro hermanos de la familia Durrell, competió en popularidad con su hermano mayor, Lawrence, escritor de prestigio. No fue una familia cualquiera, aunque la serie esté contada en presente. (En Bichos y demás parientes y contada tras su regreso a Gran Bretaña, hay una alusión irónica a la acogida que pudo tener o tuvo la primera novela entre los miembros de la familia).

La historia empieza en Bournemouth, localidad británica de la que un buen día emigran los Durrell camino de Grecia. Tal y como describe el mismo Gerald Durrell, “La isla se llama Corfú. En aquel mes de agosto en que llegamos yacía sofocada y aletargada en medio de un mar hirviente, de color azul pavo real, bajo un cielo desteñido por el fiero sol. Nuestras razones para liar el petate y abandonar el sombrío litoral inglés eran un tanto nebulosas, pero más o menos respondían a un hartazgo de la deprimente vulgaridad de la vida en Inglaterra (…)”. Este pensamiento estará presente tanto en la obra literaria como en la serie de ficción, como el elemento de contraste que muestra esa familia también se había poco a poco aletargado en sus vidas. En cambio, el contacto con ese mundo radiante desde sus gentes, vivas, libres, hasta su generosa naturaleza, dispuesta a proporcionar toda clase de criaturas y frutos, les hace despertar a algo mejor, en ese “país normal, como Grecia”.

La serie tiene un corazón grande: recoge momentos que demuestran la ternura maternal, la conciencia familiar de velar los unos por los otros por muy inaguantables que sean, de soportar hasta lo indecible los defectos por puro amor y perdonar, perdonar para descargar al otro y seguir el camino de la vida. Divertida, elegante y culta, así es la serie Los Durrell.

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