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Myflies

Crítica

Público recomendado: +18

Estamos siendo testigos de la proliferación de series y películas que justifican la eutanasia o “el suicidio asistido”. Recordaremos la polémica abierta con Mar adentro (Amenábar, 2004), donde un hombre inválido y rodeado del cariño de sus seres queridos, les convencía de que le ·ayudaran” a morir. Mientras tanto, a la vez, se convive con una alarma social ante el aumento de los suicidios, entre la población joven. Como es lógico, se están poniendo medios para disuadir a los jóvenes del suicidio. Parece que, en esta lógica (perversa) pragmática y nihilista, los mayores y los enfermos ya no cuentan, son inservibles. Su vida no merece la pena porque no reúne las “condiciones”. Por eso, se empuja hacia el barranco con todo tipo de argumentos. Una nueva épica de la autoeliminación extiende sus tentáculos hacia los demás y el Estado es cómplice también. Se ha puesto de moda ser “empático”. Aunque si santa Edith Stein levantara la cabeza…Habría que leer su tesis para entender que donde hoy se habla de “empatía” sólo se quiere decir, “no me importa lo que hagas”.

Esto no va a ser una excepción a la regla para una ocurrencia remota de un caso desconocido. Es un problema social y, por lo tanto, los que dudan o sencillamente aprueban la complicidad en el suicidio de alguien necesitan de un aparato ideológico que propicie el cambio de mentalidad y derribe reticencias rebeldes. La ley ya está aprobada en España. Sin embargo, en países como Gran Bretaña, no. Y ahí es precisamente donde sucede la acción de esta miniserie, basada en la exitosa novela homónima de Andrew O’Hagan. Por ello, conviene estar alerta y -con las debidas cautelas-, prevenidos de los decorados envolventes con los que se adornan argumentos falsos y crueles, cargados de sentimentalismos de pacotilla. Aquí van algunos criterios poéticos, para quien se ponga frente a frente de este tipo de ficciones.

Filmin recoge, entre otros muchos títulos, esta mini serie de la BBC, de dos capítulos de una duración aproximada de 58 minutos. La dirige Peter McKie Burns (dado a conocer por una película como Daphne, en 2017), con el guion de Andrea Gibb. Se trata de la historia del reencuentro deliberado de dos viejos amigos, de mediana edad. La acción transcurre principalmente en Escocia, tierra natal de ambos, depósito de afectos y vivencias que van a ser la palanca con la cual mover la voluntad. Tully ha permanecido en la costa del norte, mientras que James, escritor consagrado y “modernillo” triunfa en la City, donde además da conferencias a propósito de sus novelas. De hecho, la serie comienza con un James, rindiendo culto estético a la muerte, mientras cita a Robert Graves (“vemos belleza en la muerte, en el hombre muerto”). La audiencia aplaude, pero su éxito se ve teñido de gris al recibir una llamada inesperada y misteriosa por parte de su amigo Tully. El drama recae en James aunque el problema lo tiene Tully, al que le han diagnosticado un cáncer y no quiere ni oír hablar sobre aplicarse un tratamiento con quimioterapia. Tampoco busca los cuidados paliativos. Sólo arroja sobre su amigo un chantaje descomunal.

¿Dónde están las trampas de esta serie? En primer lugar, en la manera de plantear el reencuentro entre los dos amigos. En una estructura narrativa de dos tramas intercaladas, se plantea un flashback constante a los tiempos de juventud vividos por los dos amigos: imágenes congeladas de las juergas que se corrían con la pandilla; las confesiones que se hacían sobre sus frustraciones y dramas particulares; los problemas, las ilusiones y, sobre todo, aflora nostálgicamente un recuerdo idealizado de aquella época dorada de los años 80, cuando todo era un futuro lleno de vida y salud. Y esto justifica el triunfalismo. En segundo lugar, en honor a ese pasado común plagado de vivencias se transmite un sentimiento de complicidad y unión profundos entre ambos que parece consagrar la petición terrorífica que hace Tully a James: “llévame a Suiza para marcarme un “Hitler”. Así de crudo y de tremendo. Tully necesita la aprobación de su amigo. Pero James se resiste porque quiere que su amigo viva y no quiere ser responsable de quitarle la vida. ¿Cómo si no iba a ser su amigo? Es interesante valorar cómo la novia de Tully, Anna (interpretada por la conocida actriz británica Ashley Jensen), se opone con razones humanas, pero también trascendentes a que su amor verdadero acabe con su vida. Es increíble verla sufrir. Ella es consciente de que lo “ha recibido” como un don. En cambio, Tully sólo busca la autocompasión, como un niño grande que es. En Suiza le esperan enfermeras y médicos sonrientes, en un ambiente tan aséptico como infernal. En ese sentido, es escalofriante el escenario natural, acristalado, blanquecino y amable que recrea paradójicamente como el destino final. Sonríe para la foto que queda congelada, como toda la audiencia.

No deja de ser irónico que, además de la referencia al insecto, en inglés pueda hacerse un juego de palabras con el título de la película: “may=puede” “flies=”.

Ruth Gutiérrez Delgado

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