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52 martes

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Inteligente, sutil, alejada de planteamientos panfletarios, con espacio para la compasión y el reconocimiento del otro como un bien. Con todo, 53 martes, la película de Sophie Hyde, no esconde su clara vocación a la ideología de género.

Ganadora de varios premios en los festivales de Sundance y LesGaiCinemad, el primer largometraje de la artista australiana discurre por los caminos en los que la búsqueda de una vida auténtica aspira a ser el faro que ilumina el deseo de una vida con significado. Pero en esta trayectoria, que persigue James (Del Herbert-Jane), nuevo nombre del que pugna por transformarse en hombre y que es madre de la adolescente Billy (Tilda Cobham-Hervey), no entran en consideración otros interrogantes sobre el sentido último del vivir en todas sus facetas (afecto, dolor, muerte, más allá…). Para guionista y directora -como ocurre habitualmente en el cine actual y, por extensión, en la vida social- estas preguntas sobre la secular sensibilidad religiosa se ningunean porque se las enjaula en la conciencia personal, que, al no poder compartirse por esta tácita ley del silencio impuesta por la cultura vigente, las esconde cada individuo para no sentirse extraño delante del resto, que vive también idéntica situación en soledad.

De hecho, la adolescente Billy vive esa comezón de las preguntas, verbalizándolas sola delante de una cámara de vídeo. Durante 52 martes seguidos, la joven desvela su incapacidad para acometer con madurez los avatares de su vida, como la reclaman sus padres, ante los cuales la dejan sola –sobre todo su padre Tom (Beau Travis Williams)- para lidiar con la ruptura de ellos y el intento de cambio de sexo de la que le alumbró a la vida.

Así, su libertad y la de cualquiera que no sea acompañado respetuosamente en la adolescencia para asumir e integrar las durezas de la vida, está teledirigido por el instinto y, en el peor de los casos, por intentos probatorios (drogas, alcohol…) que determinan la biografía posterior del individuo.

Se entiende así que Billy quiera llenar su incapacidad para comprender y asumir de forma escapista estos sucesos familiares. Con su amiga Jasmine (Imogen Archer) y el novio de ésta se embarcará en una espiral de sexo, que ella grabará cuando el trío se ejercita en un local prestado. En este refugio existencial de los jóvenes, ella creerá encontrar la respuesta a la dolorosa realidad que vive. Así lo expresará en sus locuciones semanales ante la cámara.

Pero ella no es la única que enmascara su malestar con los exhibicionismos pornográficos, porque para su amiga Jasmine suponen también otra salida para el autismo de su madre y la ausencia de su progenitor.

Esta ausencia de adultos con los que confrontar cualquier hipótesis sobre el significado de la vida (la presencia de la madre, trasformada en padre, en el caso de Billy, ahonda más su problema). Esta dificultad en la relación entre ambas está latente, así como los escollos que se presentan en el recorrido transexual de James, pues debe abandonar la terapia con testosterona porque, de continuar, peligraría su vida.

Es de valorar que el camino hacia el cambio de sexo no es tan sencillo como se nos muestra habitualmente en recurrentes programas de televisión al uso. En este aspecto, es honesto el planteamiento de 52 martes, que también se extiende al aludido abandono de los adultos para acompañar a sus hijos. Pero es una postrera y forzada llamada al sentimiento por parte de Tom, el ausente padre de Billy en todo el filme, quien despierta la decisión de la chica en una dirección artificiosa que rompe la dinámica mantenida hasta el momento en la cinta, que sucumbe en brazos de la ideología de género.

Lástima, porque 52 martes tiene aspectos verdaderos en sus planteamientos existenciales, bien contados (aunque demasiado explícitos en los encuentros sexuales) en una muy buena dirección de actores a los que Hyde sabe sacar registros llenos de sensibilidad.

 

 

 

 

 

 

 

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