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Adú

Caratula de "Adú" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Rodada en Benín y en Melilla, esta película que se estrena la semana que viene va armada sobre tres tramas que transcurren paralelas y nos ofrecen tres perspectivas diferentes sobre la cuestión de la inmigración ilegal. También se plantea desde un punto de vista muy humano el tema de los “menas”, los menores que llegan a nuestras fronteras sin la compañía de sus padres o familiares.

La primera trama se centra en la difícil situación en la que se encuentran los guardias civiles que vigilan la verja que separa Melilla de Marruecos. Por un lado tienen el mandato legal de hacer cumplir la ley e impedir los asaltos invasivos en la frontera, pero por otro tienen que velar para que no haya víctimas si tiene lugar el asalto. Cumplir ambas misiones a la vez requiere un nivel de sensibilidad combinada con firmeza y adornada de una inteligencia de todos los factores en juego que a menudo es imposible de alcanzar. Esta problemática genera con facilidad conflictos de conciencia y situaciones ambiguas que desembocan en valoraciones injustas, sospechas y entredichos. En la película, el espectador acaba dudando de lo que ha visto, y ya no sabe si los guardias han obrado bien o mal. Pero se puede decir que en términos generales el film valora positivamente la actuación de la Benemérita en esa conflictiva frontera.

Por otra parte, la segunda trama la protagoniza un niño camerunés de seis años, Adú (Moustapha Oumarou), cuyo gran delito es haber visto cómo unos furtivos mataban un elefante para quedarse con el marfil. Ser testigo involuntario de esa tropelía le acarrea una cadena de tragedias que le va obligar a tratar de llegar a España, donde supuestamente vive su padre.

En tercer lugar, Luis Tosar interpreta a un técnico de una ong que trabaja en África protegiendo a los elefantes de los cazadores ilegales. Su mal carácter y la forma con la que trata a los lugareños le ha granjeado topo tipo de enemistades. Un día su ex-mujer le comunica que le va a mandar una temporada a su hija adolescente (Anna Castillo), para ver si así se aleja del mundo de las drogas con el que está empezando a flirtear.

Estas tres historias inconexas van a desembocar en la frontera de Melilla, lugar del que cada uno va a hacer una experiencia muy distinta. La cinta huye de soluciones moralistas o de resoluciones peliculeras, y solo introduce una interesante metáfora, la de la bicicleta, que cada cual debe interpretar como quiera.

Con esta interesante y humana película, el director, Salvador Caro, se redime de su anterior film, Los últimos de Filipinas, lastrado por un impresentable guion de Alejandro Hernández. Entre los productores destaca Edmon Roch, responsable de algunos buenos títulos, y Alvaro Augustín, director de Telecinco Cinema, que conocía el largo historial de Caro en las series de televisión. El resultado, aparte de una llamativa producción, es una película muy auténtica, sugerente, emocionante y profundamente humana.

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