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Aladdín

Caratula de "Aladdín"

Crítica

Público recomendado: Familiar

Disney ha encontrado un filón con las adaptaciones a imagen real (es un decir, dada la
cantidad de imagen generada por ordenador) de sus clásicos animados. Este año estrena
nada menos que tres: después de Dumbo, nos llega ahora Aladdin, antes de recibir este
verano a El Rey León.

Al contrario que con el Dumbo de Tim Burton, Guy Ritchie se ha mantenido muy fiel a
la historia de la película original. El Aladdin de 1992 era una de las muestras más
dinámicas y divertidas de la Disney que por aquellos años renacía después de décadas
en declive. Ello se debía en buena medida al histriónico e hiperactivo Genio de la
Lámpara al que puso voz Robin Williams, así como a una banda sonora de canciones
que han trascendido el paso del tiempo.

En esta nueva versión, la difícil misión de suplir a Williams recae en Will Smith, y lo
cierto es que sale mejor parado de lo que se podría esperar. De hecho, acaba
convirtiéndose en lo mejor de la película, casi podríamos decir en su salvavidas. Porque
la película de Ritchie, a pesar de una lujosa producción y de dejarse ver como un
entretenimiento solvente, está muy desprovista de la magia y el encanto del original.

Uno de los grandes déficits de la película es el reparto (salvo la comentada excepción de
Will Smith). Los protagonistas parecen salidos de un catálogo de modelos étnicos, pero
su carisma brilla por su ausencia. Peor aún es el caso de un personaje clave: el malvado
Jaffar. El villano de la función debe resultar siempre fascinante e intimidante. Pues bien,
el actor elegido para su encarnación en imagen real resulta anodino, casi como si
hubieran elegido un viandante al azar en cualquier ciudad del mundo.

Tampoco ayuda que la película se alargue más de lo debido (el original animado
contaba la misma historia en 90 minutos), y que el diseño de producción y escenografía
resulten demasiado carnavalescos. Parecen querer remitir al espectador a la película
animada, en lugar de buscar su propia personalidad. Esto hace que uno se llegue a
plantear si estas adaptaciones se están haciendo por las razones correctas. Es decir, si
parten de un cineasta que tiene una visión para adaptar la historia, o si simplemente se
busca un producto de consumo para explotar el filón ya referido. Ciertamente, en el caso
de Aladdin parece ser lo segundo.

Esto no impide que la película pueda gustar a los más pequeños, y que los padres que
los acompañen encuentren ciertos alicientes: la banda sonora, la vistosidad de la
propuesta, el humor contagioso de Will Smith… pero sabe a poco cuando uno tiene una
versión más concentrada y realizada con mucho más talento y originalidad: la película
animada de 1992.

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