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Almas en pena de Inisherin

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Más que una película, Almas en pena de Insherin es un monumento a la estupidez humana. Nunca se erigirá uno -esperemos- que adorne las plazas de una ciudad, pero Martin McDonagh ha filmado un film portentoso en torno a lo que el ego mal encajado tiene de más ilógico, de más irracional, de más inhumano, tanto para uno mismo como para los demás.

La acción transcurre en Inisherin, una isla perdida en la católica Irlanda. Escribimos el año del Señor de 1923. Un buen día, sin venir a cuento, Colm Doherty (soberano Blendan Gleeson) decide rescindir unívocamente el vínculo de amistad que le había unido, durante toda su vida, a Pádric Suillébhain (insuperable Colin Farrell). Hasta aquí los cinco primeros minutos del film. El resto es, básicamente, un caso de libro de escalación de conflicto, hasta sus últimas y absurdamente aberrantes consecuencias. Sobre estos cimientos argumentales se asienta un relato cargado de simbología rayana en lo mitológico, pleno de potentísimas metáforas visuales y dotado de un apabullante sentido del ritmo narrativo. Nada sobra, ni falta nada: cada elemento está en su sitio, todo tiene su justa medida. McDonagh entrega un film atemporal, un clásico inmediato; una película que nos recuerda toda la penetración de que es capaz el cine a nivel tanto artístico como comunicativo. Y que, en lo más profundo de su fondo, retrata con audacia y precisión dos problemas humanos universales y eternos: el escándalo de la libertad del otro, y la necesidad de afecto para saber no solo quiénes somos, sino cómo navegar por este mundo.

Como ya hiciera en Tres anuncios a las afueras (2017) -otro film acompañado por la música del genial Carter Burwell- McDongah demuestra que no solo es un excelente guionista, sino que sabe sacar lo mejor de los actores con los que trabaja. No en vano, tanto el guion como ambos protagonistas están cosechando nominaciones y premios en masa. Y no sorprende la ovación en pie de 15 minutos que recibió el film tras su estreno en el Festival de Venecia del año pasado. No es para menos.

No obstante, después de tanta virtud y tanto halago, ¿se le puede criticar algo a Almas en pena de Inisherin? Quizá solo una cosa: su demoledor retrato de la amargura de un alma a la que se le niegan el cariño y la acogida. El visionado de este portento cinematográfico deja al espectador no solo pensativo, sino desolado y triste. Y echa uno de menos el final de Tres anuncios a las afueras, que abría de par en par las puertas no solo del perdón, sino también de la esperanza. Nada de eso hay aquí: tras el conflicto, solo queda la soledad más absoluta, a ambos lados de la pantalla. Es el peaje que reclama una obra verdaderamente intachable en todos los demás aspectos.

Rubén de la Prida

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