Crítica
Público recomendado: +16
Amal, profesora de literatura en un instituto de la periferia de Bruselas de mayoría islamista, descubre que Monia, una de sus alumnas, está sufriendo acoso violento, con insultos y golpes, por parte de sus compañeros, que la acusan de homosexualidad. Minuciosamente dirigidos y manipulados por su profesor de religión, consideran que meras las tendencias homosexuales son haram, es decir, pecado, y merecen un duro castigo, sin excluir la misma muerte.
La reacción de Amal es animar a los alumnos a la tolerancia y a la convivencia pacífica; les proporciona lecturas de calidad que les abran los ojos a una realidad humana mucho más amplia que la que un profesor integrista les permite contemplar. Pero los padres, dirigidos por el mismo líder religioso que sus hijos, entran en liza con la pretensión de controlar y censurar la programación de la clase de literatura; ellos quieren decidir qué obras pueden analizarse en clase y cuáles no.
Amal se revuelve contra esa situación, para proteger a Monia y también para educar a los alumnos en los valores humanos de la civilización occidental; para defender la libertad de un profesor para decidir el programa de su clase, dentro de los cauces que marcan las leyes de educación. Su teoría es que si quieren una enseñanza de inspiración islamista, deben ir a un centro islamista, no intentar imponerla en un centro público. En un centro belga, hay que respetar los valores de Europa. A partir de ese momento, Amal se convierte en blanco de una intensa hostilidad por parte de estudiantes, padres e, incluso, algún colega vinculado al extremismo islámico, mientras la dirección del centro y la estructura oficial de la enseñanza no acaban de reaccionar con el coraje necesario. Ante el miedo y la desorientación, el silencio cómplice.
La película contempla varios temas interesantes sobre el mundo de la escuela, que en España no nos resultan ajenos, como es la peligrosa deriva que ha seguido en los últimos tiempos la relación de los alumnos con los profesores, las injerencias de los padres en cuestiones didácticas y su pretensión de erigirse en árbitros, siempre parciales, en defensa de sus hijos, ante los conflictos que surjan en el aula. Amal muestra muy bien la difícil situación en la que se encuentran muchos profesores, desautorizados y acusados por unos padres que bendicen la falta de respeto de sus hijos hacia los docentes y que exigen clases cómodas y buenas calificaciones, cualquiera que sea el nivel de conocimientos o el comportamiento incorrecto de los alumnos. Valga como ejemplo, un reciente informe según el cual el 40% de los docentes en España padece problemas de ansiedad y depresión.
Sin embargo, el problema nuclear que plantea el cineasta belgamarroquí Jawad Rhalib, más amplio y grave que los conflictos en la escuela, es la presencia beligerante del integrismo en el seno de la civilización occidental. El instituto es representativo de lo que sucede en general en la sociedad en general. La película alude indirectamente a los atentados terroristas islamistas de los que han sido víctimas profesores en Francia, pero implica una denuncia que sobrepasa los muros de la escuela. En este sentido, es una película valiente, pues pone en cuestión la pervivencia de los valores humanistas de la civilización occidental.
Con una puesta en escena realista y una estética documental, la tensa historia de Amal, filmada cámara en mano, nos recuerda al cine social de los Dardenne. Sin embargo, el guion aparece algo endeble en algún momento. Rhalib —además de director, coguionista con David Lambert y Chloé Léonil— lleva el objetivo al líder religioso, a los alumnos, profesores, padres, para mostrar el punto de vista de cada uno, su cerrazón o sus miedos, pero faltan matices y profundidad en los personajes (excepto en Amal). Cada personaje representa una realidad; los alumnos son alumnos, un colectivo; y lo mismo los padres y los profesores del instituto. El mismo Nabil (al que da vida un extraordinario Fabrizio Rongione) representa al líder religioso integrista y manipulador, sin que sepamos demasiado de su persona (solo un pequeño comentario de Amal nos hace saber que es un converso reciente). Pero para salvar cualquier pequeño fallo, ahí está la magnífica actriz marroquí Lubna Azabal —a la que recordamos como Mina, en El caftán azul (2022) y como Ablah en Adam (2019), de la también marroquí Maryam Touzani—. Una vez más despliega una actuación impresionante, que vale toda la película.
Mariángeles Almacellas