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Amama

Caratula de "Amama" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes, adultos

Parafraseando a Charles Taylor en su Ética de la Autenticidad podríamos decir que puede ser muy costoso y probablemente originaría grandes y desgarradoras rupturas el impedir que formen parte de nuestra identidad aquello o aquellos a quienes amamos.

Si al hacer presente en mí las cosas que considero más valiosas, percibo que están unidas a recuerdos y tradiciones familiares, es que esas personas y cosas forman parte de mi propia identidad. No es posible renunciar absolutamente a la herencia recibida sin abdicar de algún modo de la propia identidad.

Amama, que significa abuela, es la segunda película filmada íntegramente en euskera en la dilatada historia del Festival de San Sebastián y aspira a correr la misma suerte que Loreak, recientemente seleccionada para representar a nuestro cine en los Oscar. Asier Altuna retrata poéticamente en su primera película en solitario la vida y la comunidad familiar arquetípica del tradicional caserío vasco. Recoge sin duda recuerdos personales de su propia biografía, pero al hablarnos universalmente, nos transmite un mensaje que a todos nos afecta.

La película nos habla de conflicto entre identidad y autenticidad. Asistimos a la historia de una familia vasca de arraigadas tradiciones. En la amama se condensa, como si se tratara de un símbolo, ese modo de vida transmitido desde tiempo inmemorial y que produce en los nietos sentimientos encontrados: arraigo y admiración por una parte; anhelos de liberación y ruptura por otra. A nadie se le oculta que en esa guerra de dos mundos, el urbano ha ganado la batalla, pero ¿no sería posible –nos plantea la cinta- habitar el primero sin tener que renunciar a lo mejor del segundo?

Dos “personas” parecen entrar en pugna durante toda la narración: el nosotros y el yo. Los silencios de la madre y de la abuela y las rudezas del padre desean salvaguardar la herencia recibida y parecen estar conjugando en cada escena la primera del plural: la familia, la identidad común, el nosotros. Los hijos no están dispuestos a renunciar a sus proyectos personales. Conjugan la primera del singular y expresan, cada uno a su manera, ese choque de dos mundos al que venimos asistiendo, tal vez, desde el último medio Siglo.

Mientras los dos mayores parecen sortear el obstáculo, Amaia, la pequeña de la familia y de algún modo la que podría transmitir esa herencia milenaria en ese mundo matriarcal, se enfrenta a él y encuentra a través del arte y casi sin buscarlo, el modo de conciliar uno y otro mundo.

Con un lenguaje cargado de silencios y miradas, de poemas y metáforas se nos dice que no es posible romper absolutamente con el pasado. Qué es conveniente cribar lo viejo y construir lo nuevo pero injertados en una identidad a la que no podemos renunciar sin correr el riesgo de perdernos en la búsqueda de nuestra autenticidad.

La película en general es agradable de ver, aunque puede hacerse pesada en algún tramo del metraje. La fotografía y las localizaciones son excelentemente bellas. El guión, aunque cuidado y complejo, puede resultar sobrecargado de tópicos vascos y con algunos detalles de humor excesivamente simples. Aunque, como hemos dicho, se trata  de una historia universal pero radicada profundamente en la tradición vasca, se echa en falta una mayor alusión a la trascendencia y en particular al hecho religioso.

El Jurado de la asociación Católica para la comunicación SIGNIS le otorgó a Amama una mención especial en el Festival de San Sebastián por retratar de forma respetuosa y acertada la compleja realidad de una familia multigeneracional. Así mismo esta bella película fue premiada con el Premio Irizar al Cine vasco.

 

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