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Amazing Grace

Caratula de "Amazing Grace" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Jóvenes

A principios de los años 70 el panorama de la música popular en los USA había consolidado definitivamente varias tendencias surgidas en los años 40 y 50. La más destacable era sin duda, el impacto de la música negra (jazz, blues y rhythm and blues): lejos de queda restringida a ser la música de un pueblo o de una raza había dado el salto y empezaba a ser seña de identidad para toda una generación de chicos blancos. Gracias a estos, muchos artistas de color llegaban ya a lo más alto de las listas de éxito pop, cosa que a principios de los años 50 era impensable.

Una de las grandes corrientes que conformaba la música rhythm and blues (r’n’b) era el gospel, la música que se cantaban en las iglesias segregadas de los estados del Sur. Esta música -que era el motivo aglutinante de comunidades que históricamente venían sufriendo esclavitud, explotación, segregación, violencia, marginación- se constituía como un vehículo comunitario para reforzar el vínculo de pertenencia a una comunidad y a un pueblo que veía -al modo del pueblo de Israel- que Dios les sostenía en su sufrimiento y al que se volvían para dar gracias, para alabar y para pedir el fin de sus desgracias.

El rhythm and blues había recibido una gran influencia del gospel y había dado el salto a lo mundano, a lo comercial, y con enorme éxito. Muchos artistas cruzaron de un estilo a otro y se llevaron su bagaje artístico y estilístico en la mochila: acentuación de las dinámicas de las canciones, frecuentes melismas y la eficacísima técnica de la llamada y respuesta, propia de las antífonas de las liturgias.

Aretha Franklin, hija de un pastor protestante, cantaba en el coro de su iglesia desde los 6 años y muy joven comenzó a grabar música secular, esto es rhyhtm and blues y black pop. Su voz, a la vez poderosa y suave, le hizo alcanzar el Top 10 en numerosas ocasiones. En 1972, decidió grabar lo que habían sido sus orígenes como vocalista: música religiosa en una iglesia, como si de un servicio religioso se tratara. En dos noches de grabación se completó el doble álbum que tendría como título Amazing grace, que le daría un premio Grammy y su primer disco de oro. Durante las dos sesiones, un equipo de rodaje bajo la dirección de Sydney Pollack grabó la integridad de los conciertos, y según nos cuentan, el hecho de no habr grabado las tomas con claquetas le impidió sincronizar adecuadamente la voz con las tomas, lo que hizo que estas grabaciones permanecieran sin editar. En 2008, poco antes de su muerte, Pollack entregó todo el material a Allan Elliot que en dos años de trabajo logró la necesaria sincronización que permitiera su salida al mercado. Aunque trató de lanzarla en 2011 y a pesar de haber estado anunciada en algún festival, la propia Aretha Franklin demandó a Elliot, lo que hizo que el lanzamiento del documental no haya sido posible hasta meses después de la muerte de la diva.

El concierto, como no podía ser de otra manera alcanza una calidad, y una intensidad extraordinarias. Aretha Franklin se hallaba en el zenit de su carrera y en el concierto está sostenida por un excelente pianista y cantante (amigo y música de tiempos de su infancia, Rev. James Cleveland)y un excelente coro. En el repertorio se incluyen temas como “Precious Lord”, compuesto por el gran pope del gospel -Thomas Dorsey-; “Wholly Holy”, un tema de Marvin Gaye, artista de vida turbulenta y problemático, hijo también de un pastor protestante, quien acabaría con la vida de su propio hijo de un disparo. Se introducen otras canciones que harían el camino inverso del rhytm and blues. Si el r’n’b tomaba canciones de la iglesia y las secularizaba, como hizo Ray Charles, Aretha Franklin toma canciones seculares y les da un nuevo significado religioso, como el caso de “You’ve got a friend” de Carole King, que alcanzaría el olimpo no con esta versión, sino con el smash de James Taylor. Se inluyó una versión instrumental de “My sweet Lord” de George Harrison, lo que ayudó a la polémica en la recepción del álbum. Este fue, sin duda, más que bien recibido, fue aclamado. El “Jesus movement”, una corriente que buscaba una vuelta a los orígenes del cristianismo, que tuvo su auge en aquellos años, ayudó a la buena acogida del disco; pero el hecho de que Aretha Franklin no acompañara la interpretación con declaraciones explícitas de su vida, o de su conversión, hizo a algunos desconfiar de este tipo de productos.

El tema no era nuevo, ni se ha cerrado. Las fronteras entre la música religiosa y la secular son muchas, a veces impuestas por el artista, otras por el público, otras por la industria, etc. En muchos casos, no son claras, y en la conciencia de grandes artistas, como el gran Sam Cooke (quizá la más poderosa influencia en Aretha) y de ella misma, no había distinción. Siempre se consideraron al servicio de la música y se vieron como personas a las que Dios había dado un regalo para los demás: debían ponerlo en juego, ya fuera en el servicio religioso o en la radio. En unas palabras de su autobiografía, ella lo dejó claro “El gospel es y siempre será un parte fundamental de lo que soy. En el gospel todo está lleno del sentimiento y de la fe en la vida y en las enseñanzas, los milagros, el juicio y las profecías de Jesús, una música que tiene la inconmovible convicción de que las cosas van a mejorar. Su base es un optimismo tan fuerte como una roca y la certeza de que Dios es real”.

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