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Amy

Caratula de "Amy" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Nunca leí una línea sobre Amy Winehouse, y si oí alguna canción suya era yendo de compras. Nunca me interesó nada, esa es la verdad. Sí recuerdo que, hablando con uno de los capos de la industria discográfica en España, hace años, decía que el impacto artístico de Amy en las jóvenes cantantes era notable; las imitadoras y emuladoras eran moneda corriente en  los grupos que iban siguiendo, como oteadores, y en las maquetas que recibían. Y ese mérito no se lo va a quitar nadie. La voz de Amy era como las de las grandes cantantes negras de jazz de los años cuarenta y cincuenta: grave, poderosa, autoritaria o sugerente… todo lo que se quiera y más. Además componía, letras y música, lo que le aporta un interés superior, como artista. Su estatus adquirió la gloria final, más que con sus grammys, con su muerte prematura.

Pero el interés de este documental está en otra parte.  Confieso lo aburrido y tedioso que me son los artistas malotes, gamberrotes, escandalosos, con pose de rebeldes y tal. Amy me parecía de este amplio grupo, lo cual hacía que solo su nombre y su estética me produjesen la más absoluta indiferencia. Sin embargo, como pasa en más de una ocasión, y en Amy es muy explícito, las poses son en el fondo una debilidad, una especial vulnerabilidad. Y aquí está el gran acierto de Asif Kapadia, director también del importante documental sobre Ayrton Senna (Senna, 2010).

El documental sigue una línea perfectamente cronológica donde nos deja claro la relación causa efecto de muchas cosas, empezando por la infancia de Amy: el padre se larga y la madre, sola, carece de fuerza para educar. La abuela será un bastión, pero el desastre está sembrado. La mala suerte, la vulnerabilidad escondida tras su energía desbocada y el tren de vida de los focos y el glamour hacen el resto.

La vida no artística de Amy fue un auténtico desastre, como la de muchos artistas, todo sea dicho. Muchos de estos gozan de un admirable don, concedido de lo alto. Todo esto me recuerda mucho al Silmarillion de Tolkien donde la creación del mundo está mediada por la música. La música es don de Dios, regalo misterioso a determinadas personas. Y regalo misterioso, porque el que lo recibe –sin saber de dónde viene ni porqué-  puede entregarlo o no, puede desarrollarlo o malograrlo. Cosa que, por otra parte, merece aplicación a cada bien recibido por uno mismo.  Pero volvamos al don. Se reconoce, cuando se le ve, al artista que tiene “algo”, como la reciente “Love and mercy”, sobre Brian Wilson, “chico, tú tienes un don, y te lo digo yo que he tocado con los más grandes”. Hay artistas que tienen un “don”. Falta la valentía de precisar: si hay don, ¿quién es el dador? ¿Tenemos miedo de decir que Dios crea o regala a través de Mozart, Munch, Picasso, McCartney, Amy Winehouse… o Messi?

Sigamos con el don, una de las claves de la película. Muchas veces un don extraordinario, de estos que son casi únicos, convive con un desastre de vida. Es un mito y un tópico que ambas cosas vayan obligatoriamente unidas, pero está claro que en numerosas ocasiones así es. Pero todo tiene causas y consecuencias. Hay facturas que se pagan siempre, las de ese acreedor implacable que es el cuerpo humano. Han sido muchas las películas donde los cantantes pasan su particular infierno: Ray, En la cuerda floja, Runaways, Love and mercy, Antonio Vega: tu voz entre otras mil, y lo vemos en argumentos de ficción como Un lugar donde quedarse, Corazón rebelde, Alguien a quien amar. Muchas de ellas son de estas llamadas de redención, pero otras acaban como el Titanic.

De nuevo necesito preguntarme: ¿no es bueno sacar consecuencias de esto? La dinámica del deseo se ha impuesto hoy y el deseo se ha convertido en la categoría absoluta: “deseo cambiar de vida, de mujer, de ambiente y me da igual dejar tirada a mi hija”, “¿es que no tengo derecho a ser feliz rehaciendo mi vida?” Peligro. Peligro. Peligro.

En el documental se apunta a los culpables y, cosa curiosa, la industria musical, el habitual malo, no sale mal parada; hay una crítica explícita a los medios de comunicación y su modo de explotar las noticias de las estrellas; lo que no habrá, claro, es una reflexión sobre los que, en última instancia producen a las estrellas, sus fans. Aquí vive otro mito, el de que el éxito se construye sobre el marketing, cuando es al revés, justo al revés y siempre al revés: el marketing se vuelca sobre el éxito. Nadie invierte millones en alguien sin talento. Podemos estar locos, ser incoherentes, pero el dinero es sagrado y ante el dinero impera la cordura. Nadie lo tira. Los fans hacen en gran medida a sus estrellas.

Finalmente cabe apuntar algunos planteamientos ambiguos o incompletos: ¿Es el artista simplemente víctima de los demás? ¿Hasta dónde llega la voluntad personal de meterse en el agujero? No tengo respuestas, pero hay que felicitar a Asif Kapadia por poner estos temas tan importantes encima de la mesa.

 

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