Crítica
Laura (Mónica del Carmen), una chica de Oaxaca que ha emigrado a la capital, vive sola en un humilde apartamento donde trabaja como redactora. Más allá de las insustanciales conversaciones telefónicas con su madre y su hermano y de alguna visita de éste último, Laura presenta una rutina verdaderamente tediosa.
Marcada por la muerte de su padre -el 29 de febrero de un año bisiesto- y por un trauma infantil que se insinúa, la protagonista combate su vacío existencial y su soledad manteniendo compulsivamente relaciones sexuales con desconocidos. Finalmente, un día conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra), un hombre que cumple y despierta en ella deseos masoquistas.
A través de un marcado estilo naturalista, que incluye escenas de sexo explícitas y reiterativas hasta la saciedad, la película retrata perfectamente la psicología de Laura: un ser humano desesperado, deseoso de llenar su vida con el cariño y la comprensión de otras personas. No obstante, la joven recurre a soluciones que sólo intensifican su dura situación. El resultado es una historia llena de negatividad, sin esperanza, cuya única propuesta es inspirar la idea de que Laura y Arturo encuentran en el sadomasoquismo el sentido que faltaba en sus vidas. La absurda falacia de que una relación meramente física, banal, efímera y violenta hasta el extremo puede considerarse una forma plausible de amor.