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Anonymous

Caratula de "Anonymous" (2011) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes y adultos

Roland Emmerich (Independence Day, El día de mañana, 2012) se aleja en esta ocasión de la ciencia ficción para adentrarse por segunda vez en la Historia, después de El patriota – concretamente, en las teorías de conspiración que proponen una historia alternativa-.

Retomando un guión original de John Orloff, The Soul of the Age, que estuvo a punto de producirse en 2005 en la estela del éxito de Shakespeare in Love, crea un thiller histórico como marco para presentar la extendida teoría de que el auténtico autor de las obras de Shakespeare fue Edward de Vere, 17º Conde de Oxford.

Con una cuidada calidad de imagen (contando con la nueva cámara Alexa de Arriflex, también usada en Melancholia de Lars von Trier o la serie PanAm), la película cuenta con una recreación espectacular de un Londres isabelino sucio y sumido en la niebla, gracias a una combinación de más de 70 maquetas e imágenes generadas por ordenador.

Después de un prólogo del actor Derek Jacobi (especializado en interpretar obras de Shakespeare) en un teatro contemporáneo, la película alterna tres épocas distintas: el final del reinado de Isabel I, durante el que las obras de Shakespeare alcanzan un éxito absoluto que el verdadero autor, el Conde de Oxford, vive desde el anonimato; cinco años más tarde cuando, habiendo muerto la reina, su antiguo consejero Robert Cecil (el villano de la historia) prende fuego al teatro The Globe para destruir la obra de su odiado Shakespeare; y varios años antes, en la juventud de la reina Isabel que seduce y vive un intenso romance con el joven poeta Edward de Vere.

La historia principal se centra en la lucha personal de Edward, genio literario y heredero de un gran título y fortuna, por ser fiel a una vocación artística que es despreciada por su familia y su entorno, llevándole a la ruina económica. Su suegro, William Cecil, poderoso consejero de la reina Isabel, considera la poesía y las obras de teatro fruto del demonio. Pero impresionado por el profundo efecto del teatro en el pueblo y obligado por su necesidad personal de escribir, decide publicar sus obras a través del escritor Ben Johnson (que, en efecto, fue uno de los grandes autores del teatro isabelino) y terminan siendo adjudicadas al ridículo actor analfabeto William Shakespeare, contrapunto cómico con ínfulas de estrella de rock. Al paso de los estrenos de sus obras se suceden las confabulaciones en la corte para establecer la sucesión de la anciana Isabel I.

La factura de la película es impecable, con una cuidada fotografía que recoge la vida en la penumbra del castillo real y que en ocasiones, especialmente a la hora de retratar los momentos solemnes de la monarquía inglesa, llega a crear un ambiente onírico. Todo lo relacionado con la reconstrucción histórica – vestuario y demás atrezzo – refleja también un trabajo minucioso.

En cuanto a la interpretación, todos los actores hacen un trabajo correcto, con algunos momentos  brillantes, como es el caso de las últimas escenas de Sebastian Armesto como Ben Johnson (sólo por su torturada dicción vale la pena la versión original, si escuchar a Shakespeare traducido no fuera suficiente revulsivo). Sin embargo es la veterana Vanessa Redgrave, en el papel de frágil y todopoderosa reina en los últimos momentos de su vida, la que atrae en cada escena toda la atención del espectador.

Independientemente de la verdad sobre la autoría de Romeo y Julieta o Hamlet, y por encima de la trama política en la que el afecto de las personas es un mero medio para manejar – y acaparar – el poder, Anonymous presenta la vocación artística como una potente arma de doble filo: se trata de un impulso inevitable y fatídico, que exige la totalidad del artista, la entrega de la vida, la honra y el corazón; pero a la vez la garantía de un corazón verdadero e insobornable. La película rinde además un homenaje al genio (fuera Shakespeare o el Conde de Oxford) tomando también ella la forma de tragedia, pero en la que los personajes mantienen, a pesar de las circunstancias, una soberana libertad a la hora de afrontarlas.

Guadalupe de la Vallina

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