Crítica
Público recomendado: +16
No suele hacer habitual que el cine australiano entre con fuerza en la cartelera a excepción lógicamente del cineasta Peter Weir, autor de Master and Commander y El show de Truman o el actor y director, Mel Gibson, recordado por La pasión, Apocalypto o Hasta el último hombre. Sin embargo, Años de sequía se presenta como un potente thriller, que se apoya en el actor Eric Bana como principal exponente, asociado a Munich y al personaje de Héctor, enfrentándose a Aquiles en Troya. La dirección ha corrido a cargo del cineasta Robert Connolly, muy vinculado a la televisión de nuestras antípodas: Australia. La cinta se está vendiendo con el siguiente “recoletín” de los productores de Perdida y la serie Big little lies.
Esta producción se basa en la primera novela de la escritora, Jane Harper (que conviene no confundir con la novela de intriga de Harper Lee Matar a un ruiseñor que dio lugar a una adaptación cinematográfica protagonizada por Gregory Peck, interpretando a Atticus Finch), presentándose como una película de intriga en la que un agente federal regresa al pueblo de su infancia para investigar un crimen que afecta directamente a su mejor amigo, lo que guarda ciertos paralelismos con algún que otro trabajo de George Simenon en alguna de las aventuras de su personaje estrella: El comisario Maigret, aunque la cinta en cuestión es bastante más cruda en su planteamiento.
Se perciben los buenos mimbres de la novela en cuestión en un guion a la medida de Eric Bana que ha escrito al alimón con el propio realizador. El citado Robert Connolly es un cineasta a tener en cuenta a partir de ahora, pues Años de sequía es una auténtica maravilla del género detectivesco o de suspense porque los personajes están cargados de matices y, a pesar del hándicap de unos desconocidos secundarios, éstos no son un lastre y tienen mucho que decir en todas y cada una de las escenas en las que participan. Los flashback aparecen en el momento adecuado para que se entienda porque unos personajes actúan de una manera u otra. El cineasta ha logrado una ambientación hasta cierto punto asfixiante en los latifundios australianos, donde los conejos actúan como una plaga en un pueblo marcado por las rencillas personales. La intriga está sabiamente dosificada y, sin recurrir a la acción, la trama nunca pierde interés y el ritmo es el adecuado.
En mi modesta opinión, esta sobresaliente producción es de las mejores del año, estando al nivel de las grandes cintas del cine clásico del género, pero sin su elegancia porque tiene alguna que otra escena desagradable, recordándonos que el agua es la fuente de vida para el mundo de la agricultura con un gesto en defensa de la naturaleza sin alharacas ecologistas.
La producción invita a la reflexión sobre esas personas que buscan la verdad a pesar del coste personal que pueda suponerles. El otro punto fuerte de esta producción es el valor que se da a la amistad en la que destaca el sacrificio por alguien al que aprecias cuando se desata la tormenta en una producción abierta a la trascendencia, aunque en un tercer plano.