Crítica
Público recomendado: +12
En los últimos años se ha puesto de moda que grandes cineastas se vuelvan nostálgicos y nos cuenten momentos significativos de su vida. Entre los cineastas hispanos se encuentran Alfonso Cuarón con Roma y Alejandro González Iñarritu con Bardo (o falsa crónica de unas cuantas verdades), mientras que en el mundo anglosajón existen una serie de cineastas que han optado por la misma idea como Belfast de Kenneth Branagh, The Fabelmans de Steven Spielberg o, en este caso, Armaggedon Time de James Gray, que nos traslada a un episodio de su infancia. A este realizador lo recordamos por Ad Astra, La ciudad perdida de Zeta y el documental Hitchcock Truffaut.
Esta producción, como decíamos, responde al título de Armaggedon time, contando la historia de un niño que tiene a su madre y a su abuelo materno como referentes, que es enviado a un colegio privado para apartarle de malas compañías y llevarlo por el buen camino.
Como dato curioso, el director confesó en una entrevista que de haberse decidido por narrar la vida del abuelo paterno se hubiese barajado la posibilidad de Robert De Niro para una historia más dura, ambientada en el mundo obrero. Sin embargo, al querer contar una historia más amable, pensó en que Anthony Hopkins interpretara a este entrañable abuelito.
La cinta en cuestión tiene tintes relativamente autobiográficos que sirven para constatar el problema que existía y existe con el racismo en los Estados Unidos, donde en algunos lugares verdaderamente había problemas, mientras en otros era y es alentado por los medios de comunicación. Tenemos la impresión de que el realizador intenta dejar un pozo de nostalgia amarga en el espectador solo suavizada por las bromas de los alumnos a los profesores y por los momentos en los que su protagonista deja lugar para la imaginación. No obstante, será en el colegio elitista donde una maestra comprenda su enorme potencial, aunque de manera soterrada.
El abuelo, al que da vida magistralmente Anthony Hopkins, representa a esas personas que ofrece luz y son referentes para los cercanos y los más lejanos sin caer en el clasismo, a pesar de gozar de una posición distinguida, dejando claro que el que olvida su historia la vuelve a repetir. Dicho progenitor, le muestra el valor del ser íntegro ante las dificultades de la vida. La madre, interpretada magníficamente por Anne Hathaway, es mostrada como una mujer sobreprotectora, marcada por sus complejos y por la necesidad de guardar las apariencias.
La historia de amistad entre chico blanco y chico negro es de una belleza inigualable en la escala de grises. Yo tuve un episodio similar en mí tierna infancia, aunque no es comparable por el drama que acompaña a los chavales.
Por otra parte, en un segundo plano se critica duramente a Ronald Reagan, a pesar de ser junto a San Juan Pablo II y el sindicalista Lech Walesa responsables de la caída del régimen comunista soviético. La familia Trump es presentada parcialmente como soberbia y mal adecuada, detalle con el que coincidimos, pero que por otra parte ha apostado sin complejos por la vida, revirtiendo la sentencia que declaraba al aborto como un derecho constitucional en los Estados Unidos o habiendo sido el único gobernante en no llevar a su país a la guerra en varias décadas.
La crítica a las élites estadounidenses está, aunque marcada por la ideología del realizador, muy lograda, siendo extrapolable a ambos bandos republicano y demócrata, pues los políticos en Estados Unidos se comportan como si fueran la nobleza de una monarquía en un país como el estadounidense admirable en otros sentidos.
Por otra parte, se da a entender que la figura de Colón es la causante de toda la problemática de los temas relacionados con el indigenismo que últimamente está tan de moda. Algo nada más alejado de la realidad, puesto que fueron Isabel, la Católica, y Francisco de Vitoria (dominico) los que crearon la primera declaración de los derechos humanos en la que se consideraba a los indígenas ciudadanos españoles con los mismos derechos y los mismos deberes que los habitantes de la Península Ibérica. Otro detalle a tener en cuenta es que la primera cátedra de Quechua fue creada en 1579 en la universidad de la capital de Perú, Lima.
Finalmente se presenta la labor del maestro como insignificante, a pesar de la vocación de muchos entregados maestros, justificando las faltas de respeto a los profesores tanto en la escuela pública como privada y como centro de la diana del alumnado.