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Astral City

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes-adultos

Brasil, principios del siglo XX. Tras una grave enfermedad, el doctor André Luiz (Renato Prieto) despierta en un dantesco y tenebroso lugar donde, como él, miles de personas sufren una desesperada soledad, así como hambre, frío, sed y otras crueles sensaciones corporales. Pronto comprende que ha muerto, y que está en una especie de infierno, limbo o purgatorio.

Tras una eternidad en tan lastimosa postración, André Luiz pide perdón y auxilio a Dios, e inmediatamente es recogido por unos misteriosos seres vestidos de blanco y envueltos de luz. Éstos lo trasladan a Nuestro Hogar, una bella y limpia ciudad futurista, perfectamente organizada, donde todos conviven en armonía después de superar las fases de recuperación, purificación y educación espiritual. En esa burocrática Ciudad Astral, André irá reconociendo sus errores, saldrá de sí mismo y comenzará a ayudar a los demás, con la esperanza de volver a encontrarse con sus seres queridos, vivos y difuntos.

Cuatro años después de su apoteósico estreno en Brasil —donde la vieron varios millones de espectadores—, llega a España esta segunda película como guionista y director del brasileño Wagner de Assis (“A Cartomante”). Se trata de una ambiciosa adaptación del best seller “Nosso Lar” (“Nuestro hogar”), escrito en 1944 por el famoso espiritista, médium y filántropo brasileño Chico Xavier (Francisco Cândido Xavier, 1910-2002), y del que se han vendido más de dos millones de ejemplares en todo el mundo. Según Chico Xavier, diversos espíritus de personas muertas le dictaron los 451 libros que escribió a lo largo de su vida, entre ellos “Nosso Lar”, uno de los dieciséis que según él le confió el Dr. André Luiz en torno a sus experiencias más allá de la muerte.

Fiel al libro en que se inspira, la película despliega un etéreo y confuso sincretismo New Age, con elementos de todas las grandes religiones, en el que se elogian las virtudes de siempre, hay un más allá con premios y castigos, se reza a un Dios sin rostro concreto y se aceptan la reencarnación y las comunicaciones entre vivos y muertos. Este cóctel incluye reflexiones interesantes sobre el “suicidio inconsciente” del individualismo —“Orgullo y egoísmo son las grandes llagas de la humanidad”—, la prevalencia de lo espiritual sobre lo material —“El bien que hacemos es nuestro abogado por la eternidad”—, la necesidad del arrepentimiento —“Lo bueno en la vida es siempre recomenzar”— o el valor del servicio a los demás: “Todas las maneras de servir son bendiciones, y cuando el servidor está listo, el servicio aparece”. Pero se difuminan entre una antropología, una teología y una escatología näif en el mejor de los casos y, con frecuencia, críptica y mitológica.

Todo esto provoca que el espectador se aleje enormemente de los personajes y sus conflictos, expresados a menudo con una grandilocuencia, una ñoñería y una modulación de sermón agotadoras, que agravan las numerosas reiteraciones del guion y sus aburridos exordios supuestamente espirituales. Los actores hacen lo que pueden, pero sus personajes sólo son de carne y hueso en contandísimas ocasiones —algún recuerdo doloroso, algún reencuentro familiar—, donde por fin se enciende brevemente la llama de la verdadera emoción. En todo caso, esa distanciadora frialdad de fondo se contagia a la impactante ambientación y a la trabajada puesta en escena, resueltas con vistosas recreaciones digitales, en las que se aprecia el generoso presupuesto con el que ha contado Wagner de Assis. En fin, como “los caminos del Señor son insospechados”, quizás esta extraña película ayude a alguien a replantearse su vida. Pero, en general, ofrece una visión de la religión más bien infantil, superficial y empalagosa.

 

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