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Beginning

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Esta película, ganadora de la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de San Sebastián es aburrida y lenta. Quizás resulte provocadora a algunas personas, pero ser provocador no es necesariamente una virtud. En realidad, es bastante previsible. En un pueblito apartado de todo, una comunidad de Testigos de Jehová sufre un atentado terrorista. Mientras el grupo religioso sufre el acoso de unos radicales, Yana (Ia Sukhitashvili), esposa del líder de la comunidad, se desgarra entre sus deseos y las imposiciones y exigencias del mundo que la rodea.

Hemos visto tantas veces este tipo de película que el espectador casi puede anticipar la concusión: lo mejor es no profesar ninguna religión -naturalmente, todas son iguales- y seguir los propios instintos ya que, puestos a ser esclavos, siempre es mejor serlo de los deseos de uno mismo que de una creencia. Está dentro del subgénero de “conflictos interiores causados por la religión y la represión de los impulsos”.

No ha de sorprendernos que haya sido la película más galardonada del festival de la capital donostiarra. Vivimos en un tiempo en que lo verdaderamente provocador hubiese sido un filme sobre la santidad, la fidelidad o la trascendencia. Películas como “Beginning” gustan mucho en ciertos sectores a pesar de que aporten poco a la reflexión sobre el Bien, la Verdad y la Belleza que caracterizan la mirada cristiana sobre el mundo. El cine, en este sentido, no iba a ser una excepción en la cultura contemporánea.

Si hay algo rescatable, es la fotografía. Hay, sin duda, imágenes de una notable plasticidad que parecen cuadros. Sin embargo, esta belleza no conduce a otra mayor, sino que se agota en el instante de unos pocos fotogramas en medio de una historia monótona y, contra lo que pudiera pensarse, bastante convencional para quien ve venir desde lejos el sesgo antirreligioso.

La propia directora explicó que la había inspirado para hacer esta película: “La conversión de Yana y su familia a la fe de los testigos de Jehová los aisló del mundo y, además, sometió a Yana a un papel subordinado en su hogar. Me pregunté, ¿cuáles eran los sueños de Yana, si los tenía? ¿A qué renunció cuando decidió comprometerse en matrimonio con el líder de un grupo religioso? Encontramos a Yana enfrentando una crisis tanto matrimonial como existencial”. Ya se pueden imaginar el resto.

Desde luego, si uno no tiene otro remedio que ir a verla, hay algunas cosas que pueden alimentar un buen debate sobre la violencia, la fe o cómo una obra cinematográfica puede retratar tan mal y tan pobremente la vida religiosa equiparándola, en cuanto tal, a una permanente alienación.

Si pueden evitar esta película, háganlo. Hay otras muchas opciones en la cartelera.

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