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Belle

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Todos

Mixturando la saga Matrix, Ready Player One y La Bella y la Bestia (al menos, la excelente versión de Disney), cocteleando briosa y poderosamente, el director Mamoru Hosoda (su anteriores cintas, Summer Wars, 2009; El niño y la bestia, 2015, y Mirai, mi hermana pequeña, 2018: casi perfectas)  lleva su imaginación sin límites a nuevos confines en un festín visualmente deslumbrante. Musical cyberpunk, pues, que nos explica como “salvar” el mundo.

La heroína de Belle entra en la película encima de una voladora ballena jorobada preñada de percebes con cientos de altavoces estéreo adosada a ella. Pero esta heroína, ains, es un avatar cibernético que habita un metaverso llamado U, donde la protagonista, de 17 tacos (como la reina del baile de ABBA), reina por medio de un avatar llamado Belle.

En su vida cotidiana, sin embargo, ella es Suzu, una chica extremadamente tímida, rota por la pérdida de su madre en un accidente, delante de sus ojos, cuando era una cría apenas de dos palmos. Con su avatar, todo cambia: Belle va a encontrar en ese mundo virtual a un contrincante, alias La Bestia, también dúplices identidades: en su vida real es un chaval maltratado físicamente por su padre.

Alicia cruzando el espejo, hozando el país de presuntas maravillas,  buscando y encontrando (Mt7, 7-11) una mejor versión de nosotros mismos. Aciaga realidad virtual llamada Internet, ese no-espacio que se dilataría hasta el infinito, donde la peña se duplica, triplica o cuadruplica incesantemente para obtener algo que redima sus sórdidas existencias: suplantar  secretos demonios o, por el contrario, expandirlos  sin filtros.

La libertad de ser otro, dizque, que se personificaría en avatares, contraseñas, nicknames y máscaras (la mascarilla/bozal PLANDÉMICO, otro ejemplo) que interactúan en una presunta utopía/distopía narcisista en un suerte de nuevo y dantesco averno. La  denominada “Second Life”, una suerte de (pésima) segunda vida, lenguaje teológico mediante: el apocalíptico sistema global de la Marca de la Bestia (Ap 13, 16-18) detrás del Metaverso. De Zuckerberg. Y más allá del “creador” de feisbuc.

En la tetrología Matrix, recordemos, las personas no estaban condicionadas para aceptar su servidumbre, sino que simplemente eran cultivadas en cubas por máquinas, sin poder elegir  ninguna opción de participar o no en su realidad alternativa. Hogaño: muchos ven hacia dónde se dirige todo esto y, sin embargo, abrazan con entusiasmo sus cadenas. Ready Player One, peli de Spielberg clave, pura profecía: programación predictiva, entonces. Una suerte geopolítica del tiránico y depredador Nuevo Orden Mundial tecno-civilizatorio: un infame e invivible espanto. Con gafas inmersivas. O sin ellas.

Metaverso, esencialmente imbuir el pensamiento mágico diseñado para fomentar el aislamiento individual y la infancia prolongada (infantilismo de masas). Metaverso construido exclusivamente con fines lavado de cerebro y agitprop. Un deletéreo dispositivo de realidad virtual, para convertirse en auténtico zombi. El Metaverso es el orwelliano Gran Hermano enmascarado: la libertad ultrajada por los tiranos de la tecnología.

La Orden del Mundo (Civilization Ordo) subterránea saquea y se enriquece mientras la materia gris de los zombis merma espectacularmente. Mientras tanto, la comunidad virtual que los envuelve deviene palmaria idiocracia. Los zombis experimentan una nueva forma de drogarse y se pierden en un brutal aturdimiento de realidad virtual. El fin de la humanidad, sin belleza (ni interior ni exterior), un mundo de infectas bestias celebrando lo más grotesco de las apariencias y sus múltiples simulacros: el yo (y por ende, la humanidad) ha muerto. Descanse En Paz. En fin.

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