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Blade Runner

Caratula de "Blade Runner 2049"

Crítica:

Público: Adultos

 Del director de la atrevida y hermosa “La llegada” (2016) y de la tenebrosa e interesante “Prisioners” (2013), nos llega una de las secuelas más esperadas de la historia del cine, la de la legendaria “Blade Runner” (1982), de Ridley Scott.

La saga comenzó con la creación de un ser virtualmente idéntico al hombre pero superior a él en fuerza y agilidad. Esos robots, los Replicantes trabajaban como esclavos hasta que después de una sangrienta rebelión fueron desterrados de la Tierra. Brigadas especiales de policía, los Blade Runners, tenían órdenes de matar a todos los que no hubieran acatado la condena; uno de ellos fue Rick Deckard (Harrison Ford). Treinta años después, que es cuando  comienzan los eventos de esta secuela, un nuevo Blade Runner, “K” (Ryan Gosling) descubre un secreto oculto que podría acabar con la sociedad actual. Para ello tendrá que buscar a Rick Deckard que parece tener la clave necesaria para explicarlo todo.

Aunque la película pueda parecer lenta y aburrida, esconde en forma y fondo una muy digna continuación. Denis Villeneuve arriesga con acierto y se aleja del formato del superhéroe actual; tanto del juvenil y luminoso Marvel como del realista y algo más oscuro de Dc Comics. La fotografía y la puesta en escena parecen crear, como sucedió con su antecesora, una atmósfera única y especial donde prima lo desértico, un futuro frío y deshumanizado, y lo apocalíptico. Aunque las interpretaciones están contenidas, precisamente porque “lo humano” ha sido replicado y muchos personajes son robots, los conflictos interiores afloran con contundencia dramática en cada mínima oportunidad: en unos ojos que no entienden ciertas emociones o en la necesidad de que la vida y los recuerdos tengan un significado. Especialmente destacable la relación entre “K” y un programa de acompañamiento virtual que le espera en casa, tipo Siri de Apple o Iris de Android, en donde la realidad virtual consigue hacerse “compañía” en un mundo inhóspito y desangelado. En este punto conecta con películas como Her o Simone, en donde la realidad virtual aflora como sustituto afectivo ante la ausencia de relaciones humanas reales y desinteresadas. Interesante el plano del holograma gigante de una de “chica de compañía” señalando con su dedo todopoderoso a nuestro diminuto protagonista.

Los efectos especiales, la música (quizás algo efectista de más y poco melódica) y la dirección artística rozan lo sublime poniéndose al servicio de un guión robusto pero que pierde algo de fuerza en su parte final. El villano, un siempre eficaz Jared Leto, siendo notable no termina de cobrar la consistencia necesaria, dejando ligeramente a la deriva ese clímax de la batalla final que, por otro lado, confunde al espectador pues no sabe bien dónde se encuentran los personajes ni por qué están ahí. A nivel de dirección vale la pena destacar dos secuencias: la de la pelea inicial con la olla de ajos hirviendo y la conversación entre los dos protagonistas con el perro rondándoles; gran plano, por cierto, el del perro en primer término con las naves de fondo. Aunque la película evoca en temática a películas como Wall-e, Gattaca, Hijos de los hombres o incluso Parque Jurásico (la vida se abre camino), el film tiene identidad propia aunque pierde, respecto a la original, cierta emoción y tensión dramática; de ahí quizás el cierto abuso del flashback.

La película está cargada de detalles y homenajes artísticos (Elvis o Stevenson) que apelan a la pérdida de la humanidad en la sociedad y al eco de una época mejor donde se sabía vivir y amar. La filosofía que subyace en el fondo de la película apunta a grandes temas pero no termina de indagar en ellos: ¿somos nuestros recuerdos? ¿somos solo nuestras emociones? ¿qué somos? Quizás esta secuela no sea más que el inicio de una saga que Ridley Scott, como productor, quiere alargar y continuar. Si así, esperemos que no haga como con la Saga de Alien y deje a otros la dirección. Así podremos seguir disfrutando de continuaciones como ésta, con esa poesía visual, elegante y respetuosa que parece narrar con imágenes el nihilismo mismo de la sociedad actual, hasta casi poder respirarlo.

 

 

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