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Blaze

Crítico

Público recomendado: Adultos

¿En qué reside la fascinación o el atractivo del malditismo de los artistas? La existencia del genio, ¿lleva aparejada el aislamiento, la incomprensión? Este es el caso de Blaze Foley, un oscuro artista de country a quien nadie conocía, salvo un puñado de íntimos y algunos artistas consagrados, como Willie Nelson o Merle Haggard que habían cantado alguna de sus canciones. Su aparente irrelevancia era uno de los atractivos que la figura de Foley ofrecía para Ethan Hawke; no se trataba de hacer un biopic sobre un famoso, cuyas canciones todo el mundo conoce; se trataba de poner en valor a un perfecto desconocido pero cuyas canciones fueron brillantes. Así que, como el propio Hawke reconoce, ha querido hacer una especie de “country-western opera”, utilizando las canciones del propio Foley, pero grabadas todas, de nuevo, en vivo, sin “overdubs” la grabación de instrumentos por “capas”, añadidos sucesivamente.

La pretensión de honestidad de la cinta es total. Blaze fue no solo un incomprendido, eso sería lo de menos; vivía una tensión entre un polo creativo y un polo autodestructivo, incapaz de aprovechar las ocasiones que se le presentan para crecer y darse a conocer, incapaz de agradecer lo que se hace por él, incapaz, en una palabra, de medir los medios para conseguir poner sus canciones a la vista y en el oído del público. Puede que sea la única o de las pocas películas que se toma con seriedad cómo son de verdad las giras de artistas desconocidos: actuaciones sosas, intrascendentes, sin público, o con público indiferente u hostil… Todo lejos de esas falsas recreaciones en que el público se vuelve loco a la primera interpretación de un artista, tras el que le llueven los contratos.

Un antiguo chiste de los americanos era preguntarse qué es lo que sucede si pones un disco de country al revés: pues que todo empieza a ir bien… tu mujer vuelve, dejas el alcohol, te readmiten en el trabajo, etc. Pues puesta al derecho, así es la música country, y así fue la vida de Blaze: sin destino, casi sin casa, marginal y nómada. La luz de su vida fue su musa, Sybil Rosen, que cree en él, y que le quiere. El resto, todo se desmorona, y a pesar de su talento, desaprovecha todas las oportunidades que se le brindan para que sea reconocido. Tan importante como la vida de Foley, o mejor dicho, lo que nos fascina de su vida es la parte del misterio: la creación de sus canciones, el desequilibrio de su vida, de dónde surgen y si es necesariamente su vida errabunda la que le permite componer canciones tan poderosas, pero a la vez tan sencillas.

La película se desplaza en tres planos temporales: uno un presente indeterminado, cuando se habla de su vida, su obra y su muerte; los años iniciales de Foley, y el plano de su presente, que interrumpido por los saltos hacia detrás y hacia adelante, nos va contando su vida. Película lenta, parsimoniosa, difícil, pero interesante, aún con todo, para los fans de la música.

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