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Bombshell: la historia de Hedy Lamarr

Caratula de "Bombshell: la historia de Hedy Lamarr" (2018) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Hedy Lamarr (1014-2000) la mítica actriz considerada, en el Hollywood de los años 40 del pasado siglo, como “la mujer más bella del mundo”, fue también una gran inventora. De su preocupación por los enfrentamientos en el Atlántico entre la marina alemana y los navíos aliados nació un descubrimiento genial: la multifrecuencia, para guiar los torpedos sin peligro de que el enemigo pudiera interceptar la comunicación. Su sistema, que ha sido también aplicado a los cohetes espaciales, sigue siendo hoy utilizado en las técnicas del sónar, GPS, wifi y Bluetooth.

Sorprendente documental de la guionista y directora Alexandra Dean, que tuvo ocasión de encontrar viejas cintas con las grabaciones de una entrevista que el periodista Fleming Meeks realizó a Hedy Lamarr para la revista Forbes, en 1990. Sobre la base de ese extraordinario documento, se desarrolla el hilo narrativo de la película. Cuenta con fotografías y vídeos, además del audio de la entrevista, y Dean le añade algunos dibujos animados e, incluso, algunas cinemagrafías -imágenes estáticas sobre las que hay una acción en movimiento-. La forma es correcta, curiosa en algún momento, aunque no llega a despertar entusiasmo.

Sin embargo, en el plano del contenido, resulta interesantísima la biografía -casi autobiografía gracias a las cintas con las declaraciones de la misma Hedy-de esa figura compleja y apasionante, abiertamente feminista, a la que, por el hecho de ser hermosa, no se le reconoció el talento portentoso que poseía ni su capacidad de inventora.

A la voz de Hedy Lamarr se unen también las entrevistas a personas allegadas a la actriz, sus propios hijos, amigos y cineastas. Conocemos su infancia en Viena, junto a un padre adorado, director de banco, pero un gran amante de la tecnología, afición que transmitiría a su hija.

Con solo 16 años participó en algunas películas, pero la fama le llegó en 1933 por el doble escándalo que supuso la película Éxtasis (Gustav Machaty, 1933): por una parte, la todavía llamada Hedy Kiesler, aparecía totalmente desnuda en dos escenas de la que era una película comercial (no considerada porno), y, lo que era todavía peor, dejaba ver su cara durante un fingido orgasmo. Las condenas y protestas no se hicieron esperar, a lo que se añadió que Hitler no dejara estrenar la película en Alemania porque la actriz era judía. Pero lo que más le dolió a Hedy fue el profundo enfado de su padre. La sombra de ese escándalo la perseguiría toda la vida.

Su vida sentimental fue un rotundo fracaso. Su primer marido, un fabricante de armas colaborador de Hitler, era un celoso patológico. Mujer libre hasta las cachas, Hedy no pudo soportar la situación y de forma rocambolesca huyó a Londres y de allí a EE.UU. En el viaje, entró en relación con el famoso productor Louis B. Mayer, de la Metro-Goldwyn-Mayer, y su esposa. Cuando desembarcaron, ya tenía el nombre artístico -Hedy Lamarr- y un contrato con la Metro.

Con ella entramos en la repetida historia de tantas actrices de Hollywood, auténticamente esclavizadas, con unos contratos abusivos y despiadados, como denunciaría la mísmísima Bette Davis, a las que se atiborraba de pastillas para mantener el rito desenfrenado de trabajo, y después de somníferos para poder dormir. Como tantas otras figuras del cine, Hedy entró en esa dinámica de “montañas rusas”, subir a lo más alto, para descender después a lo más bajo -olvido, soledad y penuria- y vuelta a empezar. Su belleza y su glamur brillaron esplendorosamente. Ella fue quien inspiró la cara de Blanca Nieves y de Catwoman, trabajó con los grandes y fue una auténtica leyenda. Pero la gloria es efímera.

Alexandra Dean tiene el acierto de no eludir las cuestiones más sensacionalistas o escabrosas, pero dejando siempre el protagonismo al personaje, una mujer glamurosa, extremadamente inteligente, que consiguió grandes logros en el mundo del cine y en el ámbito de la técnica. Admirada, amada y utilizada, supo del éxito pero no de la felicidad.

La estrella rutilante de Sansón y Dalila (Cecil B. Demille, 1949), que supo también de entrega abnegada a la investigación para el bien de la humanidad, nos dejó una admonición que honra el recuerdo de su personalidad atormentada: “Haz el bien de todos modos, construye y ofrece al mundo lo mejor”.

Una película muy recomendable.

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