Brava

Crítica:

Público recomendado: adultos

“No controlamos nada. La vida sigue y tenemos que continuar viviendo”, le dice  Manel (Emilio Gutiérrez: El hombre de las mil caras, Miguel Picazo, un cineasta extramuros …) a su hija Janine al conocer el mal interior que la sume en una profunda depresión. En la película Brava, Roser Aguilar, su directora y guionista va al fondo de una verdad tan evidente como escasamente interiorizada y reconocida por nosotros, hombres y mujeres modernos: que somos seres quebradizos en camino.

Janine (Laia Marull: Llueven vacas, Te doy mis ojos, El Greco…) sufre una agresión sexual en el Metro de Barcelona y es testigo de otra que no denuncia a la policía, realizada por los mismos delincuentes. La impresión es tan potente que vive asustada. Decide irse al pueblo donde está su padre Manel y dejar a su novio Martí (Sergio Caballero). Allí conoce a Pierre (Bruno Todeschini: La próxima piel, Conexión Marsella, Flores de sangre…), un artista francés amigo de su progenitor, quien vive retirado en el sitio a causa de un asunto familiar luctuoso. Allí Janine encontrará una mezcla de paz y desasosiego que irá en aumento cuando empieza a descubrir los rincones oscuros de su persona.

Brava se fundamenta, además del guion, en varios aspectos interesantes, como son una límpida y acendrada fotografía, un montaje esclarecedor y una ajustada dirección de actores, que aborda con profundidad y naturalidad el estado de ánimo en el que viven sus distintas emocions.

Momentos, pocos, de algunas escenas de sexo explícito, que argumentan, eso sí, el fuero interno de algunos de sus protagonistas. Roser Aguilar no se recrea en ellas y, es más, destapa con honradez el malestar y el sinsentido que les produce a sus personajes tras experimentarlas. Estas esconden heridas más profundas que la práctica sexual no puede superar, es más, suponen un sucedáneo amargo con consecuencias para quienes están implicados.

Por ello, podemos decir que Brava es una estupenda propuesta de la también bizarra directora catalana de cine, quien no es complaciente con “soluciones” facilonas —subterfugios anestésicos de “rollos” esporádicos— para tapar heridas profundas: las propias del vivir con nuestros miedos, sinsabores, alegrías, anhelos y errores… de los que nadie está exento. Somos seres frágiles y contradictorios que “No controlan nada”, nos recuerda Manel, pero que vivimos autoengañados sin caer en la cuenta que nosotros no nos damos el ser, aquí y ahora.

 

 

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