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Broker

Caratula de "Broker" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

En la actual Corea del Sur, la joven madre So-young (Lee Ji-eun) decide dejar a su bebé en una iglesia en la mitad de la noche. Embargada en su decisión, la joven ignora que hay un coche de policía encubierta vigilando el abandono del bebé. Jin-Sun (Bae Doona) y su compañera (Lee Joo-young) buscan desentrañar una cadena de tráfico de bebés que creen tiene responsables en dicha iglesia. En el templo, Dong-soo (Gang Dong-won) y Sang-hyun (Song Kang-ho, Parásitos), quienes recogen a la criatura, resuelven hacer una nueva venta. Este par solitario funciona ilegalmente como intermediario, broker, entre los bebés abandonados y las familias que quieren saltarse el complicado sistema de adopción. Y las oficiales deben atraparlos en pleno intercambio.

Como si fuese poco, al bebé y a su madre los buscan un par de matones por orden de una viuda de la mafia. Uno de ellos es el encargado de «cobranzas» a muchos de los establecimientos de la zona, entre ellos, la tintorería que administra Sang-hyun. Todo esto puede parecer mucho, pero Broker (2022, Hirokazu Koreeda, De tal padre, tal hijo; Nuestra hermana pequeña; Un asunto de familia; La verdad) se despliega de a poco, sin prisas, otorgando información al espectador justo en el momento en el que es preciso y nada más; se abre, delicada y espontánea, como si no hubiese sido editada al milímetro. En las escenas de revelación de la trama, la verdad se dice a oscuras: la tiniebla no como lugar de lo desconocido, sino como ámbito de lo increado, de lo potencial. Una oscuridad acogedora y fecunda, dadora de luz, como la del vientre de la madre.

Koreeda entrega una nueva cinta sobre la familia. La que se escoge y la que no. Esta vez en forma de road movie, el director japonés narra las aventuras y desventuras de la joven So-young cuando va a buscar a su bebé al día siguiente, como dejó dicho que haría en una nota que depositó junto a él. Porque el también abandonado por su madre, Dong-soo, y su compañero Sang-hyun emprenden un viaje por Corea en la furgoneta destartalada de la tintorería para dar con los compradores adecuados del bebé, y llevarán a la joven madre con ellos. En el camino se les unirá un niño, un pequeño pillo encantador también abandonado, que completará el grupo de marginales. Tras ellos, la ley oficial y la de la mafia.

Esta misma anécdota, en manos equivocadas, habría sido fácilmente una de tres: una película de denuncia social, seguramente panfletaria y burda; una cinta sórdida, violenta, cruda y desagradable; o un drama insoportablemente sentimental y cursi, una suerte de rococó de Vittorio De Sica. No es ninguna de estas. En las manos de Koreeda los personajes son encantadores, divertidos, conmovedores sin caer en el melodrama. Y vaya actuaciones. Los conflictos son graves y los personajes han tomado muy malas decisiones. Sin embargo, es obvio que el director los ama. El resultado es una road movie cautivadora donde lo que importa es lo que los miembros de esta familia de pobres desgraciados (en el sentido literal: que han perdido la gracia) hacen los unos por los otros: cómo se dan forma. He ahí a la familia. Quizás sea la compasión que sienten entre sí (y no la sinuosa empatía) la que conjugue el milagro que hace posible que el bebé sin familia termine por darse una. ¿Será esta una película navideña?

Lubitsch tenía su toque. Koreeda también. Y es finísimo y reconfortante, como una caricia tras un día largo y cansado.

Narcisa García

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