Crítica
Público recomendado: Todos
Principia el día, alborada rugiente. Y unos somormujos danzan, un martín pescador escudriña su lugar bajo el sol y una tortuguita alucina en colores en este hábitat tan agitado y estremecido y trepidante. Hechizante entorno natural preñado de agua y bosques, una decena de animales de especies disímiles nacen y crecen y se observan y se persiguen y juguetean. Mientras, en el agua, una exigua merlucilla anhela ser gigantona, una púber libelulilla quiere aprender a guerrear y una salamandra desea salir de las aguas y descubrir que más allá de éstas, existe rebosante y aterida vida. También, por allí, columbramos a un castor autosuficiente que observa los movimientos de un disparatado avetoro lentiginoso que ansía llegar hasta la luna volante y volandera. En el pináculo de los árboles, una lechuza alza el vuelo cruzándose con un murciélago melómano. Un día más, sin más.
¡Buenos días, mundo!, apariencia sencilla, colosal ambición expresiva, casi un decenio de sufrido quehacer artístico. Proyecto capitaneado por los franceses Anne-Lise Koehler y Éric Serre, el fascinante resultado es un breve largometraje, de poco más de una hora, que sin embargo está construido con una minuciosidad impresionante, usando preferentemente la técnica del ‹stop motion› sobre esculturas creadas con papel maché.
Nos hallamos ante una suerte de documental ficcionado que transita el bullir existencial de diversos animales en un lago y el bosque que les rodea. La cinta se revela como una abracadabrante y muy talentosa panoplia de los ciclos vitales de fauna y flora, mientras una voz en off conduce a los animales, desde su comienzo hasta su vida adulta, haciéndoles plantearse su lugar en el mundo y a comprender, finalmente, quiénes son. El abisal, hadal más bien, asunto de la identidad pululando e impregnando todo el prodigioso film.
Podemos y debemos cuestionar la discutible costumbre de antropomorfizar animales y atribuirles sentimientos y emociones humanas, una forma de animalizar, en el peor sentido, a la curiosísima especie sapiens sapiens. E, ineludible inversión, humanizar a aquellos: peligroso volteo. Sin embargo, tal avatar no empece para sentirnos embrujados durante todo el metraje, sondeando con la idónea mixtura de seriedad y viveza un ecosistema complejo y fascinador, en el que quedan bien reflejados tanto el viaje personal de cada protagonista como la relación que todos ellos establecen con su entorno.
En definitivo, magistral obra de animación que mezcla técnicas diversas. Las señeras, la citada del stop-motion, además de la animación tradicional, con fotografía virando a difusa sepia. Cientos de figuras realizadas en papel maché representan 76 especies animales, 43 especies vegetales y 4 especies de hongo. Todo ello para recordarnos oportunamente lo trascendental que es mantener y respetar el equilibrio de los ecosistemas. El film también contribuye a que observando el entorno que nos rodea, nos conozcamos y reconozcamos también a nosotros mismos y a los demás y, sobre todo, en qué consiste la fascinante aventura de crecer. De vivir, en definitiva. Todo ello tan alejado del eugenésico ecologismo antihumano que tanto se vende actualmente con la mula ciega de la farsa climática. Geoingenieros de por medio. O no…
…“Escuchar la música del corazón o la sinfonía de la noche”, dice el pequeño búho. Cada uno que escoja. Ambas, tal vez. En fin.