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Buscando a Dory

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Familiar

Tras la previsible “El viaje de Arlo” y la inteligente “Inside Out”, Pixar vuelve con “Buscando a Dory” una película familiar al más puro estilo Pixar, llena de ritmo visual, personajes vivos y conflictos llenos de heroicidad cotidiana que la convertirán en una de las películas del verano.

Un año después de los hechos narrados en “Buscando a Nemo”, Dory vive junto a Marlin y su hijo Nemo como una familia. Durante una excursión al arrecife para ver la migración de las mantarrayas, Dory recupera la memoria de su infancia durante un segundo y recuerda que tiene una familia. Inmediatamente decide emprender el viaje para reencontrarse con sus padres. Marlin y Nemo la acompañaran en una aventura que también será un viaje interior.

Trece años después de “Buscando a Nemo”, Andrew Stanton junto Angus MacLane (cortometrajista de la cantera Pixar) nos traen una secuela de gran calidad que consigue hacer avanzar y expandir el universo Nemo. La aparición del interesante pulpo Hank no solo es un regalo lleno de vida e ingenio para la película sino que ha sido uno de los desafíos técnicos más complejos para los informáticos de Pixar. Con un guión sólido, ágil y bien estructurado, y una banda sonora que agranda y mejora la experiencia del visionado, “Buscando a Dory” consigue con facilidad el prestigio al que el sello Pixar nos tenía acostumbrados.

Si “Buscando a Nemo” hacía una reflexión sobre la paternidad, esta secuela reafirma el vinculo con los padres (la familia) cómo una de las certeza vitales para saber quiénes somos.  Los temas que habitan en el subfondo de los personajes y sus tramas son, entre otros, los siguientes: la relación entre identidad y familia, la belleza de una comunidad viva frente a las imágenes calculadas que nos hacemos (atención al arco de transformación del pulpo Hank y de los leones marinos) o la necesidad de un hogar; en este punto Pixar coincide con uno de los temas que atraviesan la filmografía de Spielberg: la vuelta al hogar, pero en el caso del viaje de Dory quizás sea aún más afinado.

Las acciones de los personajes, evocan (a veces demasiado) a las aventuras de “Toy Story”, y en ocasiones parecen poco creíbles, especialmente la secuencia del camión conducido por el pulpo Hank, que además recuerda a otras producciones recientes de animación. Especialmente hermosa resulta la escena donde Dory descubre una línea inmensa de conchas, como si recuerdo a recuerdo hubiera construido su identidad. Pero donde “Buscando a Dory” roza la genialidad es al mostrar cómo Dory se enfrenta a su dura realidad: la de encontrar a sus padres sufriendo pérdidas de memoria a corto plazo. Vale la pena destacar el método deductivo que usa Dory para afrontar sus pérdidas de memoria; no se deja determinar por la ansiedad de no acordarse (de sus límites) sino que encuentra en la sencilla observación de lo que le rodea más verdad que en la reflexión sesuda e inútil. Dory opta por usar la razón como método para descubrir quién es en medio de la realidad que tiene: “¿qué haría Dory?” Y dicho método se complementa con el interesante lema que aparece en la película de: “rescate, rehabilitación y liberación”. Brutal la conversación entre Dory y el mimético pulpo Hank sobre el valor de la amistad y el realismo a la hora de vivir. Enorme.

Como siempre en una película de Pixar, no lleguen tarde al cine que el cortometraje previo a la película lo protagoniza Pipper, un polluelo recién nacido que se juega la vida entre las olas del mar y que les atrapará desde el primer instante. Alan Barillaro debuta con este cortometraje que como él mismo dijo al medio Today “es acerca de conquistar y superar tus miedos personales, en este caso, el agua”.

 

 

 

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