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C’ est la vie!

C`est la vie! regular

Público recomendado: jóvenes

Acelerada, frenética, epiléptica peripecia fílmica, los directores de la ya casi legendaria Intocable, Nakache y Toledano, nos anegan en un relato de pulso vertiginoso, muy desigual, ora inverosímil ora esperpéntico. Asistimos a la preparación de una boda/bodorrio con toda una cohorte de personales de ribetes esperpénticos, trazos hiperbólicos y prestancia abracadabrante. Un artefacto cinematográfico asaz jocoserio que muestra una notable maña cuando de orquestar un tremebundo guirigay se trata, con toda su porción de subtramas bien adiestradas. A la manera berlanguiana o lubitschiana (a años luz, obviamente de semejantes titanes) se aglomeran personajes agitadísimos, se cruzan y descruzan, vienen y van, cual inaudito descalzaperros. Pero la historia desbarra clamorosamente a la hora de perfilar con más maestría, sutileza y brío la diversa fauna estupefaciente que pulula ante nuestras abusadas retinas.

Con ritmo trepidante, con escasos momentos de reposo para el espectador, los chistes son desiguales, las gracias algo impostadas, las situaciones presuntamente divertidas. La película amaga sin llegar al knout out. Como denuncia de la banalización/mercantilización de los matrimonios cojea clamorosamente. Cuando se adentra en la noble defensa del pequeño empresario, literalmente expoliado y sistemáticamente maltratado por todo una harka de vampiros de Hacienda no llega a resultar convincente. Como ilustración del triunfo del amor licuado que prevalece en la decrépita Europa (Bauman), mucho menos. Sobre los destrozos causados por el feminismo en las relaciones entre hombres y mujeres, ni por asomo se atreven los directores a realizar matiz alguno siquiera. En definitiva, levemente corrosiva, la película francesa se empeña en trivializar sin excesivo garbo nuestros intensos desgarros contemporáneos.

Pasatiempo amable e intrascendente, sobresale la prodigiosa composición de Jean-Pierre Bacri como genuino maestro de ceremonias. También podríamos retener el acierto al retratar los atolladeros y complejidades del mundo de la hostelería (esos héroes, los camareros) en todo tipo de celebraciones, trasmitiendo la película con mucha corrección el frenesí y el agobio, la coordinación -o la falta de ella- y la quimérica impavidez que muestran amos y criados.

El reparto coral no proporciona recuerdos excesivos recuerdos perdurables. Su atrabiliaria y desnortada caterva de títeres humanos (fotógrafos desubicados por las nuevas tecnologías y enganchados a los canapés, becarios sabihondos, cantantes mediocres y dizque seductores, novios estólidos, novias irrelevantes, madres de novio con furor uterino, exprofesores reciclados en la hostelería…) nos hacen oscilar entre el tedio y el leve esbozo de la comisura de la los labios. En fin, citando a Beaumarchais (esa pedantería gala tan displicente) en El barbero de Sevilla, me obligo a reírme de todo para no verme obligado a llorar. Risas puntuales para no llegar a horadar, valga el oxímoron, la honda oquedad de esta petulancia francesa. Como delirante propuesta del novio (e íntimo anhelo de los directores), ni la boda ni la película acaban siendo ni sobrias ni chics ni elegantes.

 

Luys Coleto

 

http://astoria21.es/author/luis-c-de-lantaron/

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