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Cafarnaúm

Caratula de ""

Crítica

La directora libanesa Nadine Labaki (Beirut, 1974) ganó una merecida fama en 2007 con el largometraje Caramel, una comedia que narraba las vivencias de cinco mujeres libanesas en torno a un salón de belleza y afrontaba cuestiones como el amor, la sexualidad y el choque con la tradición. En “Cafarnaúm”, en cambio, Labaki vuelve la mirada al sufrimiento de los niños víctimas de la guerra, la pobreza y el abandono sin dejar de lado el padecimiento de las mujeres en tales circunstancias.

Así, asistimos a la tragedia del pequeño Zain (Zain Al Rafeea), niño libanés de doce años encarcelado por un apuñalamiento, que decide demandar judicialmente a sus padres por haberle dado la vida. A partir de aquí, acompañamos al pequeño por un calvario de pérdidas, dolor y desesperación que no ahorra al espectador casi nada de la miseria que Zain atraviesa. Nuestro protagonista conoce a Rahil (Yordanos Shiferaw), inmigrante etíope en situación irregular y madre que afronta el peligro de ser deportada y a cuyo hijo de un año Zain terminará cuidando.

Se trata de una película angustiosa, triste y trágica hasta el exceso. La directora utiliza algunos recursos de guion para mover al espectador a la lágrima -niños abandonados, padres y madres abocados a decisiones apocalípticas, miseria insuperable- con escenas que hemos leído en cuentos de Dickens y novelas de Emile Zola. El neorrealismo resulta traicionado, aquí, por el deseo moralizante de Labaki, que pretende movernos a la compasión, pero sólo termina sumiéndonos en la lástima. Habría que ser un desalmado para no llorar por el rosario de injusticia, sufrimientos y dolores que atraviesan estos niños.

Ahora bien, una vez profundizamos en esto, la película resulta algo vacía. Una lectura algo precipitada, nos llevaría a concluir que Zain tiene razón al demandar a sus padres: para esto, mejor sería no haber nacido. Sin embargo, algo en nosotros -la antropología bíblica, tal vez- se niega a aceptar que la vida humana sea tan sólo un valle de lágrimas. La propia Labaki parece insinuarlo en algún momento, aunque sin lograr navegar en el mar de lágrimas en que ella misma se ha adentrado. Hay más profundidad en Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948) -ese niño sentado junto a su padre- que en estas dos horas de escenas tremebundas.

Labaki es una gran directora, pero precisamente por eso hay que exigirle algo más que esta exhibición algo obscena de la desgracia de los niños, la desesperación de los padres y la injusticia irreparable de un mundo perdido. En el fondo, palpita la crítica a la geopolítica, las guerras y todas estas generalidades que calman conciencias sin ahondar en las cosas. El sentimentalismo puede ser el peor enemigo de los sentimientos.

Directora: Nadine Labaki

Guion: Nadine Labaki, Jihad Hojeily y Michelle Keserwany

Reparto: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw, Kawsar Al haddad, Fadi YousefAño: 2018

País: Líbano -Francia- Estados Unidos

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