Crítica
Público recomendado: +16
Con pasmosa naturalidad y con toques de estoicismo, un buen número de películas francesas tienden al didactismo en sus filmes, exponiendo situaciones límites con mucha flema, sin perder los estribos y con el objetivo, se apunta, de educar a la sociedad. Algo de esto le ocurre a Sin filtros, del director y guionista francés Eric Lavaine (Incognito, Barbacoa de amigos, Historia de una indecisa…), que empezó su carrera en 1998.
Con guion de Lavaine, de Barbara Halary-Lafond y Bruno, nos relata el accidente de Frédéric Mazuret (José García: La caja negra, Bujías y manías, Como un pez fuera del agua…) en el que este queda ciego y del que se ocupará su mujer Béatrice (Alexandra Lamy: Ricky, Con todas nuestras fuerzas, Vuelta a casa de mi madre…) de atenderle. En ese tiempo, ella escribe un libro sobre sus experiencias con su marido y el grupo de amigos, quienes aparecen en él con nombres distintos, pero que llegan a reconocerse, lo que provocará un revuelo entre ellos. Por su parte, el invidente Frédéric se torna impredecible, obsesionado por la comida y dando rienda suelta a su incontinencia verbal para decir lo que piensa de cualquiera y en cualquier momento.
En Sin filtros, hay una apuesta por naturalizar situaciones “extrañas” y convertirlas en “normales” de cara a la sociedad, como es el caso de la relación de Beátrice con su amante, que cumple su deseo sexual que su marido no puede cubrir debido a las secuelas del accidente. Es su hija la única que le reprocha su actitud infiel, mientras que sus amigas comprenden sus “necesidades”. Para Beátrice continuar esa relación y querer a su marido son perfectamente compatibles y no le causan ninguna distopía de pareja. Su naturalidad choca con la doble vida de algunos de sus amigos, pues ellos y ellas llevan su infidelidad en secreto. El mensaje está servido.
En cuanto a la forma, los actores de Sin filtros son competentes en su oficio y consiguen hacer creíble y digerible el planteamiento de guionistas y director. La fotografía de Antoine Roch y la banda sonora Grégory Louis se suman acertadamente al envoltorio visual de esta cinta.
En resumen, esta comedia francesa lleva en su interior una carga de profundidad que supera las inconsistencias de las relaciones de pareja actuales para llevarlas a un escenario supuestamente más “auténtico”, donde caben y se postulan otras relaciones de pareja complementarias.